Celestino Pertierra

[Desde La Rodriga]

Hoy solo cotiza el número de títulos universitarios, másters… es estupendo. Todos deberíamos tener varios. Todos el de abogado, no para ejercerlo, pero sí para que no nos engañen en cualquier actividad (incluidos los abogados).

Al margen de pesar el conocimiento que nos proporciona la Universidad y lo útil que es (o no) para afrontar la vida, como esto va de lo rural, quisiera que el conocimiento transmitido de generación en generación se ponga en valor y se recupere en la medida de lo posible. Está en serio peligro, porque los cambios en la forma de vida no facilitan la transmisión y lo más grave, el gran desprecio que se tienen por esas “aldeanadas”.

Saber cuándo se corta una pieza ese madera tiene gran importancia. De ello depende un mango, un tutor… dure años o tener que reponerlo continuamente. No digamos si esa madera se va a utilizar para hacer una obra o una pieza de ebanistería. Las mejores manos con una materia prima inadecuada pueden suponer un despilfarro de las horas dedicadas a transformar un madero en una obra de arte.

El arte del injerto hoy se reduce a comprarlo en un vivero, nada que objetar. El resultado: que muchas exquisitas frutas: guindas, variedad de peras y manzanas… están desapareciendo. Saber qué semilla escoger para la próxima cosecha no solo supone más cosecha, también más calidad.

Si quieres hacer un semillero y sabes la fecha adecuada, tendrás más posibilidades de que no espiguen la cosechas.

Si conoces los secretos de la sidra podrás prescindir de añadir químicos o ir a un vulgar producto de fábrica.

Cuidar de los animales: cerdos, gallinas, conejos… que tanto mejoraban la limitada dieta y que se alimentaban con lo que hoy se tira: castañas de segunda, restos de cocina, verduras que van al contenedor…

El escoger la mejor fecha para la matanza, para conseguir que el alimento dure para todo el año. La elaboración de embutidos sin añadir conservantes, aprovechando todo-todo (ahora se desguaza el animal) la diferencia es comer un alimento único o como todos.

El pan, solo pensar el olor que desprendía el día de jornada, es una cura de memoria. El marcar los bollos con un tocho que hacía de respiradero del relleno, pura sabiduría. Saber hacer un buen pan, supone no comer el industrial, con su carga de añadidos y luego preguntarte ¿de dónde viene mi colesterol? En los pueblos se curaban los animales sin veterinarios (y con bastante éxito) pero con conocimientos de los beneficios que proporcionan las plantas y los árboles (de muchos extraen las farmacéuticas los principios activos).

Los tendales de ropa blanca que deslumbraba se conseguía sin infinidad de químicos que hoy se utilizan, para blanquear ropa estaba la ceniza.

En tiempos de mucha miseria, cuando todo el material escolar consistía en una pizarra (o lata pintada de negro) y algo para escribir en ella, el niño de familia más humilde, si su padre sabía de una veta de buen material y tenía humor para hacerle un pizarrín, era el más rico de la clase.

Si el padre hacía madreñas, tenía garantizado el calzado y seco siempre. Hacer un candil con casi nada, un silbato, encender el fuego sin la pastilla… son cuestiones muy básicas, pero te pueden arruinar un día.

Unas ovejas solucionaban media vida. La transformación de la lana resolvía el frío con calientes jerseys, faldas, auténticos ‘nórdicos’.

En las ‘filas, filandones’ desaparecidas por múltiples causas, se transmitía el conocimiento entre generaciones, pero no en una clase, en una fiesta. Además, los cánticos, romances, chismes… de hacían distintas tareas: dibujar, madreñas, la nata, todas las tareas de la lana… Esto suponía que se podía aprender de los más expertos, con un aliciente, esta escuela era muy divertida.

Digamos que todo se puede conseguir con dinero (o casi todo) pero en la vida hay circunstancias en las que no hay mercado para comprar.