Galletas, caramelos y gominolas

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Luis G. Donate

Muy buenas, mis queridos lectores. Bienvenidos un mes más a este rincón del pensamiento y la reflexión. Este jardín zen que nos pertenece a todos donde religiosamente os juntáis, honrándome con vuestra atención, dispuestos a participar de mis teorías e ideas. Si os place, metámonos en faena. Creo que lo que hoy traigo, os dejará buen sabor de boca.

El otro día mientras degustaba un suspiro, estas galletas típicas de Pajares con un sabor capaz de retrotraerme a tiempos que, por cuestión de generación, sólo conozco de oídas, se me vino a la mente un recuerdo. Pensé en los revoltijos, los cucuruchos de chucherías que antes solían verse por los comercios en Pascua y durante las fiestas de Navidad. Para el lector milenial, que seguramente no comprenderá nada de lo dicho, eran unas bolsas de plástico del tamaño de un antebrazo repletas de galletas de anís, gominolas, caramelos, algún bombón y pipas  saladas. Solían regalarse a los niños en fechas especiales como las que ya hemos dicho y estoy seguro de que los lectores más veteranos las recuerdan con cariño. Yo mismo, guardo en mi memoria alguna que otra ocasión en la que me llenó de alegría hacerme con uno. Escribo todo esto porque algo me dice que esa tradición yace olvidada en alguna cuneta de la carretera del tiempo. No recuerdo haber visto en los últimos años ningún surtido de chucherías como los que describo. Sería una pena que hubieran dejado de venderse.

Espero que esta columna haya sido de vuestro agrado y que ahora mismo bulla en vuestro interior el deseo de correr al quiosco más cercano para comprobar si mi teoría está o no en lo cierto. Hasta el mes que viene, quedo a vuestro servicio.  Disfrutad del revoltijo si es que encontráis uno.

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