Decía Sócrates que “la consciencia de la propia ignorancia aumenta cuanto más se sabe”. Parece que, ya en aquella época, la filosofía se asentaba en la necesidad vital de ampliar el conocimiento, al contrario de quienes, a día de hoy, están convencidos de sus ideas totalitarias porque con lo poco que han aprendido piensan que ya saben bastante.
Con esto no quiero decir que cualquier convicción sólida sea siniestra, sino que, en muchas ocasiones, esa idea no parte de una reflexión que tenga en cuenta nuevos espacios de pensamiento, porque, en muchas ocasiones, no admitimos que tenemos un conocimiento pobre, restringido al espacio que nos rodea. De esta manera, cuando opinamos de lo que pasa fuera de nuestro entorno, faltos de una visión propia, nos volvemos altamente manipulables.
Supongo que este planteamiento se respalda con aquello que decía Unamuno: “el fascismo se cura leyendo y el racismo viajando”. Supongo que la lectura incrementa el conocimiento y el viaje aumenta el campo de visión. Pero no dejan de ser suposiciones, porque, aunque en las palabras de Unamuno exista una buena parte de razón, lo cierto y penoso es que el fascismo también lee y el racismo también viaja; el fascismo profundiza en su propio credo, y el racismo se desplaza con una maleta llena de supremacía, despreciando y violentando todo aquello que les resulta incómodo por ser diferente.
Se puede percibir como una hidra gigante que abraza el planeta, desplegando a discreción sus numerosas cabezas. Desde uno de los países más vastos y poderosos del mundo, en el que el monstruo se camufla con una testa burdo-anaranjada para engullir todo lo que le resulta comestible, hasta un pequeño territorio murciano en el que las cabezas portan capuchas de odio a modo de Ku Klux Klan ibérico, para tratar de descabalgar cualquier avance que lastre su ideología “fascistoide” y los intereses económicos que subyacen a las cruces gamadas y a la simbología franquista.
Este tipo de sucesos me traen a la memoria las palabras que se le atribuyen al dramaturgo y poeta alemán, Berthold Brecht , pero que al parecer son de un pastor luterano que arremetió contra la cobardía de los intelectuales alemanes ante las diferentes purgas que fueron realizando los nazis con su ascenso al poder:
“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar.”
Tal vez son muchas citas, tal vez resulta complicado parar los pies al avance impasible de una ultraderecha muy bien financiada por quienes intentan descabalgar cualquier gobierno que apueste por un reparto social más justo y capaz de lastrar lo más mínimo sus ingentes beneficios.
Tal vez tenga razón ese jubilado anónimo con lo de que “el fascismo no se cura leyendo; la Ilustración no mejora al hombre: lo perfecciona en su maldad”. En cualquier caso entiendo que es preferible leer, que es preferible viajar, y, sobre todo, poder ser “diferente” sin que una banda espuria de patriotas te apaleen por ello.
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