Cuentan que fue un tal Avelino Fernández, electricista anodino de profesión y pensador profundo de chigre a tiempo parcial, quien, a finales de la década de los 80, tras haber pimplao un par de cajas de sidra con los compañeros de cuadrilla en la fiesta de la Inmaculada, formuló en voz alta, apoyado en la barra de aquella emblemática sidrería, El Infierno, un teorema que desconcertó a los presentes: “las vírgenes se dividen en dos: las nacidas en plazo y las sietemesinas”.
Preguntado por otro contertulio de dónde sacaba semejante aseveración, contestó que solo era cuestión de echar cuentas. Que si se contaban los nueve meses de embarazo desde el día presente, 8 de diciembre, en el que se celebraba la concepción de la Virgen María, el plazo natural para el nacimiento recaía en el 8 de septiembre, fecha en la que todo el mundo sabe coincide con la Virgen de Covadonga. Echada esa misma cuenta con otra virgen cercana y de notoria aceptación popular, como es la Virgen del Carmen, en Cangas del Narcea, la fecha del alumbramiento se adelanta al 16 de julio, casi dos meses antes de lo previsto por los tratados de obstetricia.
Hubo quien apuntó que todo eso solo era una perogrullada y puso como ejemplo otra consolidada festividad local que se celebra el 28 de septiembre en honor a la Virgen del Freisno. Cuando le preguntó a Avelino que qué pasaba con ella, contestó: “Esa debió de ser primeriza, siempre se dijo que a las primerizas se les suele retrasar el parto”.
Y otro dijo: “la Virgen del Rosario es el 15 de Agosto, ¿esa qué”? A lo que contestó: “Esa sietemesina tardía o en plazo prematura, puedes escoger”.
Probablemente aquellas sesudas observaciones, cargadas de un abundante componente etílico, fruto de haberse pasado la mayor parte del puente de la Constitución tomando culinos de sidra en El Infierno, no trascendieron fuera de los muros del establecimiento, porque, que se sepa, al electricista no le abrieron ningún expediente de excomunión. No me atrevo a decir lo mismo si en la actualidad alguien profiriera algo similar en presencia de algún miembro de la asociación de abogados cristianos, probablemente lo llevarían a juicio con petición de pena de cárcel.
El caso es que el día de la Constitución se había declarado festivo pocos años antes, en noviembre de 1983, un lustro después de que el pueblo español ratificara mediante referéndum la Carta Magna. Y por suerte para todos los currantes del país, dos días antes de la otra festividad ya consolidada en tiempos de Isabel II, cuando el Papa Pio IX proclamó el dogma de que la Virgen fue concebida sin pecado original. Algo que se asemeja a una herencia espiritual, pero al revés, ya que, como Jesucristo está libre de pecado, pues su madre lo mismo; vamos, como retransmitir la final de la Champions antes de que se juegue el partido.
Para no meterme en camisas de 11 varas y dejar a un lado estos intríngulis esotérico-religiosos, cito a continuación una frase, espero que bien traída, que se le atribuye al escritor José Saramago: “Dios nos da las manos, pero no construye los puentes”. Y claro, los hombres y mujeres de España somos expertos en construir puentes, y si la geología o austeridad presupuestaria no lo permite, pues entonces los hacemos en el calendario.
Y como la nomenclatura del puente que nos ocupa la protagoniza la Constitución, dejando sin protagonismo a la Inmaculada. Y como el puente de la Constitución Inmaculada o viceversa sonaría un tanto pretencioso, puesto que ya van varias veces que se cambia la ley, cuando interesa, como para priorizar el pago de la deuda pública a los bancos por encima de a las necesidades de la gente, pues yo llevo años reivindicando se le denomine el Puente de la Inmacutución.
Y como dijo aquel polifacético británico conocido como Bertrand Rusell: “Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”. Pues yo creo que este puente es mejor cruzarlo, que del otro lado enseguida nos encontramos con las navidades.
Qué cosas se me ocurren con tal de no hablar del juicio del Fiscal General.
Y hablando de juicios, a la vez que de puentes, de los que en teoría son para descansar, termino con aquello de Cicerón: “El mayor descanso es estar libre de culpa”.
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