Publicado el: 15 Dic 2023

Palabras

Juan Carlos Avilés

[Total, pa ná]

Aborrezco las palabras y las frases que, como el parloteo de un papagayo, nos abruman los oídos sin tregua, especialmente en los medios de comunicación y en boca de políticos y periodistas. Por ejemplo, ‘relato’, ‘resiliencia’, ‘como no puede ser de otra manera’, ‘pistoletazo de salida’, ‘empatía’, ‘sororidad’ y un largo y cansino etcétera que dispara las alertas sobre el escaso cuidado de los difusores de la palabra a la hora de medir el alcance y la influencia de lo que expresan verbalmente. No basta con ser milimétricos en el uso del lenguaje inclusivo, no sea que reste votos o audiencia, sino que se debería atender más y mejor a que algo tan delicado como el empleo correcto y equilibrado del lenguaje no caiga en las garras de una estúpida y contagiosa moda. Y lo que es peor, a manos de los supuestos profesionales del discurso. Pero lo que más me apabulla es la utilización manida e indiscriminada del término ‘democracia’, como si hubiera que recalcar hasta la saciedad que estuviera en peligro de extinción, aunque la improbable amenaza dependa del lado para donde se mire. Undécimo mandamiento: “No tomarás el nombre de la democracia en vano”, que no por mucho zarandearla se vuelve más creíble, ni por agitarla en función de intereses espurios e inconsistentes se refuerza el argumentario si no es sostenido por sólidos argumentos y hechos fehacientes. La democracia, la chachi, la de todos, se alimenta de criterios abiertos y universales, de espíritu comunitario y de pretensiones que nos hagan mejorar como una sociedad en su conjunto, y desde luego alejadas de la defensa a ultranza del chiringuito y de los beneficios de clase. Se sustenta en el diálogo y la tolerancia, en la búsqueda de lo que nos une y no de lo que nos separa, en la generosidad y no en el enfrentamiento y el litigio. En admitir que, igual que no hay buenos y malos, existen discrepantes y no enemigos. El resto es la guerra, y, aunque sean incruentas, no nos gustan las guerras. Como se hacía en la tele o la radio cuando se soltaba un taco, con mayor motivo habría que introducir una especie de tintineo cada vez que las palabras, por exceso, se convierten en palabrería. Claro que estaríamos continuamente oyendo campanas y sin saber dónde.

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