Publicado el: 14 May 2021

Cuando el mercado moscón peligró

En 1961 el párroco Manuel Díaz intentó clausurar  la cita dominical porque atentaba contra la moral

Por Alfredo G. HUERTA

El mercado moscón de los domingos, de origen medieval, por la excelente calidad de los productos agrícolas que ofrece y la privilegiada situación geográfica de Grao, siempre disfrutó de una gran aceptación popular y fue un auténtico motor económico de la villa. En la actualidad, con la mejora de las comunicaciones, especialmente la construcción de la autovía a Oviedo, ha aumentado claramente su poder de convocatoria. Por otro lado, por su tradición y arraigo, la excelente oferta de la hostelería y los pequeños negocios, el valorado mercadillo ambulante y, sobre todo, su celebración en domingo, día de descanso laboral y con el comercio del resto de la región cerrado casi en su totalidad, son determinantes para que muchos asturianos sigan acudiendo habitualmente a esta cita semanal. “El mercado de la huerta de Asturias»-como así era conocido– en su ya dilatada historia sufrió varias crisis, la más reciente a consecuencia del covid-19, de la que aún no se ha recuperado totalmente pero, sin duda, la peor fue en la década de los años sesenta, cuando estuvo muy cerca de su desaparición. «Personalmente casi preferimos una villa de Grado protestante, luterana o calvinista, pero sin mercado el domingo, a una villa católica con mercado». Así se expresaba, el mes de abril de 1961, el párroco Manuel Díaz. Toda una declaración de intención que, por la transcendencia socioeconómica que significaría para Grao la supresión de este mercado de los domingos, sobrecogió a gran parte de los moscones. Desde hacía tiempo se oían rumores de las gestiones que el cura venía haciendo en varios organismos oficiales solicitando esta supresión pero, tal vez a causa del enorme perjuicio que causaría a la inmensa mayoría de la población, no le prestaron la atención que esperaba. Por ello, desde el púlpito y a través de la hoja parroquial, inició una campaña de concienciación popular. En su empecinamiento entre otras cosas decía: «si viene a Grado en un domingo, bueno se pondría. Porque este mercado es una calamidad tan grande en el orden moral como puede serlo una peste amarilla o blanca en el orden material». Aunque en aquellos tiempos de miedo y sumisión el ambiente en la villa era de aparente tranquilidad, en la privacidad de los hogares se vivieron momentos de enorme angustia. Mis padres, poseedores de una pequeña mercería y profundamente católicos, vivían con una mezcla de contrariedad y frustración. No podían concebir que el pastor de su religión tratase de poner en peligro el medio de subsistir de mucha gente y el pan de sus hijos. Pasaba el tiempo y las familias afectadas tenían una gran sensación de impotencia. Además de lo complicado que era por entonces enfrentarse a la Iglesia, el sacerdote se mantenía obstinado en su propósito. Cuando ya se empezaba a dar todo por perdido, Emilio Rodríguez Mendivil, alcalde del municipio y propietario de una ferretería, por tanto directamente perjudicado también, se opuso resueltamente a aquella pretensión. Con su encomiable actitud, el monumental descontento popular existente y la ayuda que significó el nombramiento, en abril de 1964, de Vicente Enrique i Tarancón como arzobispo de Oviedo, de ideas mucho más progresistas que su antecesor lograron que, sin abandonarla en ningún momento, el clérigo suavizara significativamente su reivindicación. Dos años después, el dieciséis de setiembre de 1966, es cesado como titular de la parroquia de Grao lo que, para muchos moscones, fue la finalización de una autentica pesadilla y que hoy podamos seguir disfrutando de nuestro querido mercado de los domingos.

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