Memoria de la fábrica de loza: «Era un trabajo entretenido, duro y exigente»

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Antiguas trabajadoras recuerdan las condiciones laborales y los tiempos del cierre de la factoría de San Claudio, en 2009

Fábrica de Loza de San Claudio, en estado de completo abandono/ M. Galán

Manuel Galán/San Claudio

En 2009 cerró sus puertas uno de los iconos de la industria ovetense, la fábrica de loza de San Claudio. Marta Fernández Martínez trabajó en la fábrica de loza desde 1988 hasta su cierre en el 2009. 21 años en los que formó parte del último grupo despedido el 30 de abril del 2009, hace ahora 12 años. Trabajaba en el taller de decoración. «Era un trabajo muy entretenido, duro y exigente. Las condiciones de los edificios no eran buenas, las instalaciones eran muy antiguas. Yo estaba muy a gusto trabajando allí, a pesar de que el trabajo era duro. Había un número mínimo de piezas que había que hacer. Me pasaba todo el día sentada, pasando calor en verano y frío en invierno por los techos de uralita. En invierno hacía tanto frío que salían sabañones.Teníamos que meter las manos en un líquido, el plasticol, que nos provocaba, a veces, sangrados. Los horarios eran muy buenos, de 8 a 1 por la mañana y de 2 a 5 por las tardes y en verano de 7 a 3. Cualquier tiempo extra se abonaba y se cumplía el horario a rajatabla, de lunes a viernes. Sin embargo, el salario era bajo y ni se revisaba ni actualizaba». Marta es segunda generación familiar. Su tía trabajó desde los 13 años y durante 49, también en decoración, como ella. Cuando le pregunto por lo que supuso el cierre de la fábrica, le cambia el tono. «Repercutió para todo. Trabajábamos muchas mujeres de San Claudio. Había generaciones. Echaron a familias enteras». Entonces el pueblo «tenía mucha vida. Mucha gente comía en los bares, y compraba en las tiendas. Era un trajín continuo de trabajadores de Grao, Cornellana, Trubia y Gijón. Ahora San Claudio es una ciudad dormitorio. Además, el mantenimiento y los servicios están mal. Estamos cerca de Oviedo, pero nos sentimos muy abandonados». En los primeros años trabajaban menores. Su tía comenzó con sólo 13 años. «Muchas mujeres salían de la escuela para trabajar en la fábrica». Marta entró con 19 años. Recuerda que Álvaro Ruiz de Alda, el último dueño, condenado en 2011 por agravar la quiebra de la fábrica, era muy déspota. Coincidió con él varias veces. «Era una persona muy desagradable en el trato, siempre mostrando superioridad, no tenía ninguna empatía con los trabajadores y siempre marcaba distancia social de clase. Con otros jefes sí había buena relación, pero no con Álvaro». Por su parte, María Oliva Álvarez Canga, nacida en 1958 y vecina de San Claudio, empezó en el 75 a trabajar en la fábrica de loza. «Lo recuerdo porque al mes siguiente murió Franco». La despidieron con 51 años. Tras años de paro y sin posibilidad de encontrar trabajo, se jubiló con 60. «Cuando empezó a funcionar la fábrica, había más de 400 personas. Había muchísima gente», recuerda. El trabajo de Oliva consistía en proporcionar la loza al equipo de decoración. «Era muy pesado, cogíamos muchísimo peso a lo largo del día, así tengo ahora la espalda». Se organizaban en equipos de 5 personas decorando. Si era fácil, hacían muchas piezas a lo largo del día, «así que me tocaba transportar mucha loza sin tratar. A veces, también me encargaba de recogerla de la cinta, una vez decorada, para meterla en el horno. Si el decorado era más difícil, se hacían menos piezas. Nos cronometraban el tiempo que tardábamos en hacer cada pieza. Recuerdo que de la vajilla de flores, más sencilla, había que hacer muchísimas unidades a lo largo del día». Oliva dice que «siempre hubo problemas. Metieron a gente eventual, que luego despedían, lo que generaba mal ambiente. Cuando se ponían en marcha los cronometrajes, siempre había problemas. Había gente que le costaba llegar a un mínimo y los llamaban al orden, para que hicieran más. En fábrica pocas veces estuvimos tranquilas. Los convenios eran de alucinar, niñín. Recuerdo que para ir al servicio había que encender un farol para no juntarse mucha gente en el baño». Oliva comenta que «el final fue muy estresante. Los jefes estaban para sacar dinero y más dinero. Eso sí, en cuanto pudieron, se marcharon a otro sitio donde pagaban una miseria (se refiere a la deslocalización de la fábrica a un pueblo de Casablanca). Me hierve la sangre cuando lo pienso. No fue porque perdían dinero sino porque ganaban más». Mujeres «En decoración siempre fueron mujeres las que trabajaban. Cuando fue a pique la empresa, el 70% éramos mujeres. Álvaro cogió la fábrica con mucha loza, por cuatro pesetas y se marchó a Marruecos. Aquí mucha movida con que se va ayudar, pero no se hizo nada. Lo dejaron morir. Los dos últimos años fueron muy malos, se veía que iba a pique, sin ayudas de ningún tipo, con familias enteras que trabajaban, con una edad en la que no te iban a coger en ningún sitio y que siempre trabajamos allí, que es donde empezamos a trabajar. ¿Quién te coge con cincuenta y pico años sin estudios?». Sobre el efecto en el pueblo, «San Claudio murió como pueblo cuando cerró la fábrica de loza. Yo estaba en el Comité y fue de pena y de dolor. Si hubiéramos conseguido poner en marcha el plan de viabilidad que costearon con el apoyo del Ayuntamiento de Oviedo. El problema es que la patente de marca era de Álvaro. Podría haber seguido, quizás no con tanta gente y con otra maquinaria, pero podría seguir. Nos dejaron tiraos». Tras el cierre en el 2009, se sucedieron varios incendios y la gente se fue llevando todo lo que quedaba.. Son 108 años que encierran historias en lo que pudo ser patrimonio y emblema industrial de Oviedo, hoy abandonado pero que hoy se pudre en el olvido con la complicidad de quienes la abandonaron a su suerte.

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