Publicado el: 14 Jul 2017

Cisma en diferido

Por Plácido RODRÍGUEZ

Partiendo de un tema tan manido en la amalgama de foros y tertulias politiqueras con los que a diario nos bombardean los medios de comunicación, como es la honestidad de los cargos públicos, me atrevo a conjeturar un análisis de los hechos ocurridos en el seno del PP moscón desde dos vertientes. Sirva como punto de referencia una máxima popular que debería constituirse en mandamiento obligatorio para cualquier nuevo ingreso en las filas de un partido que se precie de velar por el bien común: «se puede meter la pata pero no la mano».

Pues bien, la primera acepción de honestidad, que en un principio se deriva de esta máxima, es la de la honradez; en ese sentido para que un político sea honesto bastaría con que no se decante por la acción de robar, “no meta la mano” cuestión que, en los tiempos que corren, podría pensarse fuese condición suficiente para el desempeño del cargo.

Pero entiendo que es necesario abordar un segundo concepto en el que se analicen las buenas prácticas que han de ejercerse en el ejercicio de la política, un segundo concepto que resulta un poco más amplio y fatigoso de interpretar cuando, supuestamente, “se mete la pata”, porque en función de la ideología e interés de cada facción, las buenas prácticas variarán, más o menos, dependiendo de otro máxima popular conocida como “el según convenga”.

Podría intentar abordar esta segunda variante desde un planteamiento que entiendo muy útil para ponderar algunos temas de especial controversia, un planteamiento nacido de uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, Immanuel Kant, y que él definió como Imperativo Categórico: «cualquier proposición, nacida de la razón y no de un mandato divino, que declara a una acción como necesaria». Lo que ocurre es que el citado Imperativo tiene muchas posibilidades de acabar imperando en una categoría, que se ha puesto de moda últimamente, y que algunos denominan «en diferido»; de manera que el aplazamiento se postule como la principal proposición nacida de la necesidad de posponer el asunto todo lo que se pueda, no vaya a ser que si sale a la luz se incumpla de manera flagrante el precepto de la honestidad. ¡Uf! Ante semejante intríngulis lo mejor será poner un ejemplo local.

 

Al, hasta anteayer, portavoz del Partido Popular, Señor González, no se le puede imputar la falta de honestidad en la significación de «manguis», pues, al igual que ocurre, afortunadamente para la credibilidad de la Institución, con el resto de concejales del Ayuntamiento,  no existen ni pruebas ni indicios de ese tipo de conductas deplorables. Pero ¿podemos decir que el, hasta hace unos días, portavoz del PP ostente la condición de honestidad? Creo que la comparación puede ser pertinente para el caso que nos ocupa.

Es de sobra conocido que el citado portavoz viene forcejeando con la dirección del partido en Grao desde antes de las elecciones municipales en 2015. Existe una pugna interna en la que se vivieron espectáculos, no exentos de calificativos un tanto desagradables que por respeto a la militancia y votantes del PP prefiero omitir, y en los que se llegó a insultarle y amenazarle en más de una ocasión. Y son precisamente, las faltas de respeto, de las que el portavoz no está precisamente exento, las que le hacen perder la condición de honestidad en la acepción ética y de buenas prácticas políticas.

Ya no es sólo por la ausencia de autocrítica y por achacar los malos resultados electorales que obtuvo hace dos años al anterior Alcalde, Antonio Rey; no es por hacer una oposición basada en muchas ocasiones en ataques personales, que no políticos, hacia los miembros del Equipo de Gobierno; no es sólo por vaciar sin ningún rubor, en pleno puerto y a la luz del día las sentinas del partido al que, hasta antes de ayer, pertenecía. El detonante es el abandono, en diferido, —ya que parece lo tenía decidido desde hace tiempo si no salía elegido presidente de la Junta Local—del Grupo Municipal del PP en el Ayuntamiento de Grao para pasarse al grupo de no adscritos.

Según declaraciones del nuevo presidente, José Manuel Puente, va a proponer  (y así lo pidió de viva voz en el último Pleno) que se les exija el acta de concejal a los cuatro disidentes, «porque ellos se presentaron bajo unas siglas y fueron votados por ellas y lo normal sería que abandonaran y dejaran pasar a los cuatro siguientes de la lista». Y en este sentido no tengo ninguna duda en apoyar estas declaraciones, por muy distanciados que nos encontremos en clave política J. Manuel Puente y un servidor, porque no se debe consentir la utilización de unas siglas a título personal. Si el, hasta antes de ayer, portavoz del PP quiere tener un acta de concejal que se presente por su cuenta en las próximas elecciones. Mientras tanto que no usurpe, en diferido, los votos que le fueron conferidos bajo las siglas de un partido, que a pesar de estar en las antípodas del que yo milito, no merece que personajes así le infrinjan ese daño, porque este tipo de conductas, a mi entender deshonestas, no le hacen bien al PP, ni a Grao, ni a la democracia en general.

No entiendo como dos de los concejales que hasta la fecha no mostraron ningún síntoma de malestar con el partido con el que concurrieron a las pasadas elecciones se prestan a las maniobras del nuevo portavoz de los No Adscritos, y que a partir de ahora paso a denominar, utilizando las iniciales: grupo del NA. Es por ello que, aunque políticamente, y tal vez de forma egoísta, podría interesarme que el PP se quede sin Grupo Municipal, tengo que pedirles que lo piensen mejor, vuelvo a insistir: por el bien de la Democracia. Termino con una referencia a una frase que se constituyó en letanía de las veces que la repitió J. María Aznar cuando estaba en la oposición: «Váyase señor González»,  aunque sea en diferido, y que el NA se quede en «na de na».

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