Año nuevo y ‘cuchu’

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Por Juan Carlos AVILÉS

Ponerse a rigurosa dieta y acabar con ese horrendo buche cervecero, apuntarse a un gimnasio, aprender inglés para presumir en los viajes del Imserso, tomarse en serio lo de la vida sana, dejar de una puñetera vez de fumar… Que nuestro equipo gane la Champions, que a la niña no le sigan creciendo las tetas, que llegue la fibra óptica al pueblo, que dejen guapa la Senda del Oso, que las pitas pongan huevos de oro, que haya curro de una santa vez, que el vecino no siga dando por saco… Propósitos y deseos, intenciones y esperanzas. Son los primeros que despuntan cuando asoma el nuevo año mientras tratamos de no atragantarnos con la décimo segunda uva, y ojalá se convirtieran en perlas caribeñas, que la cosa no está para tirar voladores y encima la lotería sólo les toca a los que salen por la tele. Claro que a los demás nos queda lo de la salud, y a veces ni eso. Aquí el que no se consuela es porque no quiere, o porque no sabe, que a todo, hasta para lo del propósito y el deseo, hay que aprender. Y lo mismo que para cosechar hay que echar cuchu, si quieres que la vida te sonría tienes que arrimar el hombro y tirarle de la comisura de los labios, que los logros no vienen del cielo, sino de las voluntades.


Todo eso andaba yo barruntando al volver de la capital de achuchar a la familia, añorando mis verdes praderas y feliz de perder de vista tanto ajetreo, locura y despropósito, cuando un número de la benemérita, también verde, me dio el alto: “Se ha saltado usted un stop”, dijo furulento. “¿Quién, yo? Pues habrá sido sin querer, como venía pensando…”, respondí, por decir algo. “¿Y quién le ha dicho a usted que mientras se conduce haya que pensar? Ante semejante argumentación, no me quedó otra que acordarme de su santa madre por lo bajini y recoger el papelito que no pienso pagar, puestos a no pensar. Claro que, por mucho cuchu que le eche, no sé si libraré.

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