Por Joaquín ARCE FERNÁNDEZ
Asociación de Amigos de la Naturaleza de Asturias (ANA)
Más de 254 incendios provocados en una semana, 4 de ellos GIFs (grandes incendios forestales de más de 500 Has), miles de hectáreas quemadas, graves daños ambientales, erosión con pérdida de suelo, pérdidas económicas y lo que también es muy grave, cientos de delitos cometidos en el plazo de una semana con impunidad y desprecio a la ley y con la complicidad de otras personas y de una parte de la clase política asturiana.
Si en una semana hubiera habido en Asturias 254 delitos graves de otro tipo la sociedad estaría indignada, se exigirían responsabilidades inmediatas y habría manifestaciones a diario. Pero hay 254 delitos de incendios forestales provocados y la gente sigue tan tranquila. Sabe que, en unos días lloverá y nos olvidaremos.
Los incendios forestales son a la sociedad asturiana como el narcotráfico a la sociedad mejicana o la colombiana, o como la corrupción a la clase política española, es decir, algo consustancial y asumido, aceptado y tapado por una parte importante de la sociedad, pese a lo que digan el sentido común, el código penal, la economía y la ciencia, lo que dificulta enormemente los esfuerzos para acabar con esas prácticas dañinas y delictivas.
Cuando se producen los incendios la prensa empieza a decir que la causa es la sequía, el viento o las altas temperaturas (aunque sea diciembre, o abril). Casi todos los políticos señalan que es pronto para saber si son intencionados, o no, o para atreverse a aventurar quien los provoca, o por qué. Y la mayoría de la sociedad mira para otro lado.
Incluso los más próximos a los incendios, la población rural, que, en muchos casos, saben que persona los provocó y por qué razón, se encierran en su casa para no ver nada y no quieren hablar una palabra del origen del incendio, igual que en el País Vasco o Sicilia cuando había un asesinato, aplican la ley del silencio.
En Asturias, en relación a este asunto, tenemos una sociedad enferma. Enferma de clientelismo en el mundo político, de desconocimiento, temor y solidaridad destructiva en el mundo rural y de indiferencia por el medio rural en el mundo urbano.
Sin embargo, lo que parece tan difícil de ver por nuestros políticos y la sociedad, es fácil de encontrar en cualquier libro de primaria de nuestros hijos. Recuerden lo de la ardilla que hace siglos cruzaba la península de árbol en árbol y cómo los agricultores y ganaderos, nuestros antepasados, para ampliar las tierras de cultivos y los pastos fueron quemando y roturando buena parte de los montes ibéricos. La vieja guerra entre los campesinos y el monte bravo, que en Asturias, después de muchos siglos y por las características de nuestra economía, paisaje y vegetación, sigue teniendo sangrientas batallas cada vez que las condiciones climatológicas lo permiten.
Cada año que pasa, incluso, la guerra tiene más munición, debido al despoblamiento del mundo rural que hace que cada paisano, activo o semiactivo, tenga a su disposición cientos o miles de hectáreas muy abruptas que no es capaz de mantener como a él le gustaría por medios manuales o mecánicos, que no quiere que vuelvan a ser monte bravo y que intenta moldear con el fuego, como en el neolítico, de forma clandestina y a lo bestia. Y tal vez alimentada por una política de ayudas de la UE calculadas en función de la superficie de pastos de montaña que mantiene cada ganadero, que habrá que modificar para que contribuya a disminuir la erosión y mejorar el medio ambiente y la biodiversidad y no a cargárselos definitivamente.
¿Qué podemos hacer para curar esta enfermedad social y acabar con los incendios forestales intencionados?. Muchas cosas: cambiar algunos elementos de la política agraria, forestal y de desarrollo rural y de la legislación (reorientando las obras, las líneas de ayudas y retomando los acotamientos de los montes incendiados), ampliar las campañas de educación ambiental, sobre todo a nuestros niños (el monte produce bienes públicos esenciales que son de de todos), mejorar los recursos humanos y tecnológicos destinados a evitar que se produzcan incendios y a descubrir y condenar a los culpables cuando se produzcan (¿habrá que usar satélites espía muy precisos o llenar el monte de cámaras o drones en los momentos de riesgo?), etc.
Pero quizás por lo que hay que empezar es por reconocer que, en Asturias, tenemos esa enfermedad, y que es un virus resistente, sobre todo, de origen ganadero. Si no queremos saber quien quema el monte y por qué razones, si no nos quitamos la venda de los ojos, no podremos tomar las medidas necesarias para curar la enfermedad y acabar con los incendios. Y por eso compartimos las declaraciones del Alcalde de Allande y las del jefe de la Guardia Civil de Asturias que se han atrevido a recordar con claridad que detrás de los incendios forestales en Asturias está, casi siempre, el deseo de ampliar pastos, y en los de este mes, muy agravado por la reciente modificación de la Ley de Montes para suprimir los acotamientos al pastoreo de las zonas incendiadas que era una de las pocas medidas eficaces para evitar esos incendios.
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