Elogio de la maternidad

Por Loli GALLEGO

Dentro de nosotros, en lo más profundo de nuestro ser, hay una palabra que nos emociona cuando, en silencio, la pronunciamos madre.
Es la palabra mágica que invocamos en la alegría y en la tristeza; en la pena y el gozo;en la necesidad y el bienestar y en todos los momentos de nuestra vida. Pues ella nos la dio y luchó porque fuera perfecta.
Son varios los nombres con que la nombramos: desde el refinado mamá, hasta el de una sola sílaba: ma, pasando por mama o mamina, pero el que los envuelve a todos es el de madre.

Mis recuerdos de niñez
Recuerdo con nostalgia el tiempo pasado, cuando en mi niñez me abrazaba y me besaba con esa ternura que solo las madres lo saben hacer y que nace de dentro de su propio ser, ese ser que te dio la vida.
Me acuerdo cuando, a la hora de acostarme, después de rezar las oraciones infantiles, me arropaba, me daba un beso y dulcemente decía “sueña con los angelitos, a dormir hasta mañana”. A esta edad para ella éramos un ángel.
Pero no todo eran dulzuras, pues cuando hacías una travesura algún sopapo caía, que más que a la interfecta le dolía a la madre.
Todos estos recuerdos pasan por mi mente, pero aún en una edad adulta siento las caricias que me daba mi madre, como si en este momento, ya ausente, de nuevo me abrazara.

Recuerdos personales aparte, pienso como recuerdan los hijos a sus madres. Como madres buenas, cariñosas y amigas, pues se siente esa paz que sale de su propia alma, pues solo son capaces de dar amor en su vida.
El día que falten de nuestro lado, el día que se vayan para siempre, nos quedará su recuerdo, nos quedará su sonrisa y nos quedará la dulzura que siempre irradió en vida.
Pero no olvidemos a las grandes madres, las abuelas, que si la madre nos quiere y quiso, ellas nos quisieron tanto o más, pues ya son y fueron dos veces madres.
La ternura y amor de una abuela queda demostrada en la paciencia, en cómo aguantan a sus nietos, cómo ayudan a sus hijos cuidándolos, criándolos y preocupándose por ellos. Es impagable el amor de una abuela.
Pero ahora viene la parte triste. Cuando ya esa madre envejece y sus fuerzas decaen, en muchas ocasiones es un estorbo en la familia y se busca la forma de dejarla.
¡Qué pena y dolor debe de sentir cuando se encuentra separada de la familia a la que ayudó y amó tanto, y con cuánta ansiedad espera los días que la van a visitar! Y aún en esa situación de soledad familiar los recibe con el mismo cariño y amor que les dio cuando era una abuela “válida”.
Para ellas mi sentimiento de admiración y respeto.
Para la Madres que ya no están, que ya se han ido, que ya no se encuentran entre nosotros, la fidelidad a su memoria, esa misma fidelidad que ellas tuvieron con sus hijos.
Y a todas las madres del mundo, aunque parezca una utopía, les deseo que encuentren la felicidad.

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