Silbando tangos en La Plazoleta

Por Luis GARCÍA DONATE

Con los ecos del mundial de Rusia aún resonando en mi memoria me siento un poco nostálgico aquí ante las teclas. El mes pasado se celebraron las fiestas de Trubia, lo que todos los nacidos en estos valles conocen como “ las fiestas de la fábrica”. En homenaje a ello decidí darle un poco de marcha al cuerpo, así que, si os parece acompañadme a la pista de baile mientras afina la orquesta. Vamos a ello.
Nacido y criado en este ambiente, desde una edad muy temprana descubrí una cosa. Antiguamente en el campo se trabajaba mucho, una verdad incontestable, pero al mismo tiempo no se perdían una romería de las que había por los alrededores cuando llegaba el verano. Retroceded conmigo a una época pretérita, revestida de una elegancia especial. Aquellos años donde la ruta del bacalao se hacía por los caminos, los “cierra bares” llevaban traje y corbata y la orquesta la componían elegantes músicos uniformados que, esto siempre me llamó la atención, en un determinado momento de la noche paraban a cenar. Echemos mano un momento de la ironía, pensando como el que suscribe, en lo sospechoso que resulta que en un tiempo en el que la decencia lo era todo, se prefiriese el baile agarrado al suelto. Bromas a parte, yo también los prefiero así. Los que me conozcan sabrán que mi elección resulta lógica a la par que evidente, los bailes de aquel entonces no estaban hechos para ser bailados a lo suelto. Un pasodoble o un bolero no serían lo mismo bailados de otro modo, según la modesta opinión de este bailarín mundano ocasional. Como apunte final diré, para los que con razón temen un control de alcoholemia, que no hay nada como bailar un par de piezas para regular los niveles de alcohol en sangre. Y a los románticos, qué os podré decir que ya no sepáis sobre la ventajas de ser un buen bailarín, todo un detalle a tener en cuenta, según me contaron una vez.
Damas, caballeros, sintiéndolo mucho la fiesta va a tocar a su fin. Como de costumbre su compañía , un mes más, me resulta inmensamente agradable pero por continuar con el símil del baile, este literato trasnochado debe abandonar la pista mientras silba un tango con estudiada coquetería. Hasta más ver y si bailan, procuren no pisar a nadie, hay quien se lo toma muy a mal.

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