Una trampa mortal

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Por Juan Carlos AVILÉS

Dos accidentes en diez días, uno de ellos de consecuencias fatales y el segundo muy cerca. Uno solo ya hubiera sido demasiado, pero dos, y tan próximos en el tiempo, es una barbaridad. Y eso sin olvidar el ocurrido en 2005, en el que una joven perdió también la vida al ceder una valla. A raíz de aquel ya tenían que haberse adoptado unas medidas de seguridad más que suficientes para que esa desgracia no volviera a repetirse. Pero ha vuelto a suceder, y por partida doble. ¿Necedad? ¿Irresponsabilidad? ¿Desidia? ¿Todo a la vez?
La Senda del Oso se está convirtiendo en una trampa mortal en lugar de un recurso de esparcimiento a la altura de lo que presume ser: la tercera ruta turística de este paraíso natural pregonado pero no sostenido, alardeado pero nefastamente gestionado. Una vía verde por la que circulan a diario centenares de personas y familias en periodos de descanso no puede ser, en modo alguno, una zona de riesgo más allá del que la responsabilidad de cada uno conlleve. Sobre todo, cuando esos riesgos se han venido denunciando por activa, pasiva y perifrástica.
El estado de deterioro de la Senda ha ido in crescendo, y sólo se han puesto parches que no alcanzan a resolver ni siquiera mínimamente su deplorable situación actual. No vale únicamente con poner carteles avisando del mal estado de las vallas, y además en lugares que no se ven; ni con sustituir con cintas de plástico el lugar de las derribadas -sin duda mucho más seguras que una baliza inestable o carcomida-; ni con pasarse la pelota unos a otros a ver quién carga con el mochuelo.
En el valle hay infinidad de negocios creados y sostenidos a partir de la Senda y su indiscutible valor como foco de atracción turística. Pónganse de acuerdo, rásquense el bolsillo, y encárguense ustedes de la seguridad y el mantenimiento eficaz de la ruta, porque los políticos nunca van a tener presupuesto suficiente, y además están a otra. O si no, más vale cerrarla. Pero por Zeus bendito, no más tragedias

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