Enemérito Fernández cumple un siglo como memoria viva de Trubia
L. S./ Trubia
Delgado, atento, recto, con una memoria prodigiosa y muy educado, Enemérito Fernández, Mérito el Americano, cumplió el pasado 15 de diciembre cien años. Su hijo le organizó una fiesta sorpresa, con una misa en la iglesia de Trubia y una comida para un hombre que llegó al mundo en Santa María de Grado en 1919, hijo de Ramón Fernández y María Fernández. Eran ambos emigrantes retornados, habían vuelto a la tierra natal desde Cuba, donde nacieron sus tres primeros hijos. Enemérito, que era el cuarto de los cinco hijos de la pareja, ya nació en Asturias, “y me llamé Enemérito desde que nací, me llamaban Mérito el Americano, hasta que entré de aprendiz en la Fábrica de Armas, y me enteré de que me llamaba Manuel”. Cosas de antes, cuando se iba al registro civil cuando se podía, y el familiar que inscribía al recién nacido podía dejarse llevar por una inspiración. Manuel Enemérito siguió siendo Mérito el Americano, quizá porque su familia compró un edificio frente a la estación del Vasco, donde recibió huéspedes y abrió el bar Americano, que después de su padre regentó su hermano Antonio. En su casa, como inquilinos, vivió el director de la banda de música, “porque de aquella Trubia era muy famosa, y tenía hasta banda”. “Fuí al colegio en Junigro. La parte izquierda era para niños, y la parte derecha para niñas.Tuve como profesor a Don Bernardo Martínez, y también a Don Antonio Manso”, rememora, con su excelente memoria. En 1936, con 17 años, entró de aprendiz en la Fábrica de Armas, y a los pocos meses estalló la Guerra Civil. En el año 38 fue movilizado y se tuvo que ir a Ferrol, donde un vecino de Trubia que se llamaba Armando y que vivía allí le trató “como a un hijo”. Estuvo en Madrid, en Alcalá de Henares y en Orense, y cuando acabó la guerra volvió a la fábrica. “Nos daban matemáticas, álgebra, dibujo. Estuve mucho tiempo en el taller de carros”. Después estuvo en estadística, “donde estaba de jefa Conchita, que vivía donde ahora está la sidrería El Bosque”. decidió entonces opositar a funcionario civil de la Administración Militar, y así consolidó su puesto en las oficinas, en Contabilidad.
Eran tiempos tan austeros que cuando se casó, en enero de 1954 (recuerda con precisión todas las fechas), con Carmina Rodríguez Braña, se fueron de viaje de novios a Gijón. Hace dos años perdió, en una Navidad y “de forma muy rápida” a su esposa, con la que había vivido primero en el barrio del Nalón y luego en Junigro, donde él sigue. Eran unas casas que todo el mundo quería, “y ahora muchas están vacías. Muchos marcharon, otros murieron, es así la vida”. Nota que Trubia “ha bajado mucho”. Tras jubilarse en 1984, con la Medalla al Distintivo Blanco, llevó una vida regular y tranquila. Su secreto para ser centenario y poder mantener la independencia y la lucidez: caminar mucho, leer, y estar cerca de los suyos, su hijo y su nieta.
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