Publicado el: 23 Nov 2020

El covid se dispara y los políticos engordan

Casimiro ÁLVAREZ

[A contracorriente]

Se puede definir la política como el arte por el que el gobierno de un Estado resuelve los problemas de sus habitantes. O como dijo hace unos días José Mujica, expresidente de Uruguay, “la lucha por la felicidad humana”. ¡Nada más lejos de la realidad en España! Lo que aquí viene ocurriendo desde hace ya demasiado tiempo, probablemente desde 1981, cuando el presidente Adolfo Suárez dimitió, a causa de la conspiración promovida por el Rey Juan Carlos y los más destacados políticos de la época, que querían un ministerio a toda costa, incluso a las órdenes del General Armada, y que al final frustró el Tte. Coronel Tejero, al que utilizaron como detonante pero que salió respondón, negándose a entregar el poder a un gobierno con dos miembros comunistas, varios militares, y otros de los demás partidos, entre los que se encontraban Fraga y Felipe González (conviene repasar de vez en cuando la historia, sobre todo aquella que intentan ocultar los poderes fácticos, y sólo se atreven a publicar unos pocos escritores valientes, o debería decir escritoras, como Victoria Prego, Pilar Urbano y pocos más). Pues como decía, lo que ocurre desde entonces es que los políticos que deberían buscar nuestro bienestar, en realidad sólo sirven para ocasionarnos problemas mientras se enriquecen a manos llenas, y se apropian indecentemente de toda clase de prebendas y privilegios. Más o menos lo que Pablo Iglesias, el del moño, denunciaba de “la casta” hasta que él y toda su tropa tocaron moqueta y se convirtieron en más de lo mismo. ¿Con semejantes rufianes al frente del país, y no sólo me refiero a los que ahora nos gobiernan, también a los anteriores, y a los anteriores de los anteriores, y así hasta 1981, cómo no se va a extender de manera desaforada el covid19? Y la culpa no es nuestra, ni de los sanitarios, ni siquiera de la falta de presupuesto; lo que sobra es dinero, pero con un descontrol enorme que se traduce en una ineficiencia descomunal. Y respecto a quienes trabajan en la sanidad, pues hay de todo, igual que en el resto de los sectores laborales; tenemos extraordinarios profesionales junto a verdaderas calamidades, trabajadores incansables al lado de vagos de siete suelas, maravillosas personas y canallas vocacionales; el problema es que el sistema los trata igual a todos, y nadie se atreve a pedir responsabilidades a quienes atienden mal a los pacientes, ni reconocen el mérito de quienes cumplen con su deber, o incluso se exceden en su dedicación. Lo que suele ocurrir con los políticos al frente de alguna administración pública es que se rodean de multitud de consejeros, directores, jefes, etc, generalmente los mayores lameculos e inútiles, eso sí, con sueldos vergonzantes y competencias confusas, de manera que ya está servido el descontrol. Cómo se entiende si no que cuando comenzó a crecer la segunda ola de contagio, pongamos por ejemplo en Asturias, contando con la mejor tecnología, estadísticas por doquier, analistas de todo tipo, etc., el Presidente y su comparsa se dedicaran a presumir de las cifras de contagio tan bajas que teníamos comparado con otras comunidades, sin entender que el incremento iba a serexponencial y en breve tiempo estaríamos nuevamente igual que antes, con los pacientes obligados a hacer decenas o cientos de llamadas para ser atendidos telefónicamente en los ambulatorios, los hospitales y las UCI desbordados sin que nadie haya previsto alternativa alguna, los rastreadores totalmente descontrolados, el 112 con respuestas despóticas a quienes tienen la desgracia de acudir a ellos como último recurso. Cómo se explica que un chaval de Gijón necesitara hacer 202 llamadas a su ambulatorio, para que le respondieran que se debería curar él sólo, o que una señora de Badajoz falleciera por coronavirus después de pasarse 8 días intentando atención médica sin conseguirlo, o que un amigo de 82 años necesitara 80 intentos para hablar por teléfono con su ambulatorio, u otra señora con 250 intentos, y así un sinfín de casos parecidos. Son demasiados para ser considerados casos aislados. Pero ¿qué medidas se adoptan para corregirlos? ¿qué medidas disciplinarias se aplican a los culpables? ¿qué responsabilidades penales, o si se quiere políticas, a los responsables de los departamentos que lo consienten, o no los evitan? ¿quién dimite ante semejante catástrofe? La consecuencia ante esa falta de control es que a los responsables nadie les pide explicaciones, por tanto, no se corrigen los fallos, el desmadre crece día a día y en la misma proporción aumentan los contagios y fallecimientos, ante lo cual, a los políticos sólo se les ocurre mentir para hacer caja con el IVA de las mascarillas, y culparnos a nosotros, dóciles súbditos suyos, por irresponsables. Que el país está en quiebra es un hecho evidente, y no es que lo diga yo, lo dice hasta el director de El Comercio, “España regresa al estado de alarma después de cuatro meses sin un criterio claro para actuar. Un caos del que algunas voces sensatas trataron de advertir sin éxito. Y un peligro, el de un Estado insolvente y fallido tan real como el coronavirus”. Me temo que las personas de avanzada edad con factores de riesgo, como yo, por ejemplo, estamos condenados de antemano, igual que le ocurrió a mi amigo Juan en el pasado marzo, y que ya he contado en estas páginas. Pero como él decía ante la desatención que le condujo a la muerte, ¡que no se nos olvide aplaudir!.

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