Publicado el: 19 Dic 2020

Vaya con Dios

Por Juan Carlos AVILÉS

Si Dios no existiera, habría que inventarlo”, dijo una vez Voltaire, un francés muy listo, allá por el siglo XVIII. El caso es que desde que el mundo es mundo hemos estado rodeados de dioses a los que agarrarnos, como a un lazarillo mágico, cuando andamos con la mirada perdida, o sea, siempre. Necesitamos dioses en los que creer y a los que seguir porque no somos capaces de arreglarnos solos. Y esa es su excelencia. Y esa es nuestra miseria. Da igual que sean profetas, cantantes, políticos o deportistas, siempre que, como un semáforo en verde, nos marquen un camino con tal de no enfrentarnos a nuestra propia zozobra y desangele.

Pero para que resulte más creíble, más cercano, más como de casa, los dioses también palman, en una cruz o en la UCI de un hospital, en la curva de una carretera o al borde de un escaño. Se llevan consigo su grandeza y nosotros, los de a pie, nos quedamos aquí, con un palmo de narices y cara de gilipollas, a verlas venir enarbolando la dudosa soflama de que ellos se fueron, pero su legado permanecerá siempre. Pero no todos son Einstein.

Se ha muerto Maradona, el ‘pelusa’, el irrepetible, el dios. Con sus más y sus menos, sus dimes y diretes, su genialidad y su des- varío. Y a la Pantoja, villana entre las villanas, le están haciendo más que la cama en los cenáculos de plasma que vaya tela lo de esa chica, –y vaya tela lo de la tele– con lo que los marcadores del coronavirus nos están dando un res- piro, que tampoco está mal. Pero no pasa nada, porque siempre quedarán los goles en las moviolas y las coplas en los escenarios y en nuestra generosa condescendencia. Y si no fuera así, tal vez tengamos una oportunidad única de empezar a creer en nosotros mismos. Seguro que dios nos viene a ver.

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