La verdad sobre el 23-F

Por Casimiro ÁLVAREZ

[A Contracorriente]

El pasado día 23 de febrero se cumplieron cuarenta años del intento de golpe de estado, protagonizado por el teniente coronel Antonio Tejero y 288 guardias civiles más, entre los que se encontraba un buen amigo mío, que entraban en el Congreso de los Diputados y los mantenían secuestrados durante 18 horas, a la espera de «una autoridad competente, militar, por supuesto», se hiciera cargo de la situación, según decía el capitán Muñecas. Y desde entonces todos los poderes del estado se han confabulado, para mantenernos engañados, manipulando toscamente los hechos, sin que, casi nadie se preocupara de pedir aclaraciones ante unas informaciones tan confusas. E incluso, cuando unos pocos periodistas o escritores ofrecieron otras versiones, mucho más lógicas y contrastadas, intentaron, y en gran medida consiguieron, desacreditarlos calificándolos de iluminados. ¡Si nos manipulan tan burdamente y nos llevan a donde quieren, no es de extrañar que nos traten igual que a un rebaño de ovejas! Cuentan que todo fue producto de una alocada acción del exaltado coronel Tejero, que al final fue audazmente resuelto por el rey Juan Carlos, el cual se convirtió desde entonces en el salvador de la democracia. ¡Nada más lejos de la realidad! Lo cierto, suficientemente probado, y ya publicado por distintos pero modestos medios, es que en 1980 el Presidente Adolfo Suárez, verdadero artífice de la transición de la dictadura al régimen democrático, junto al asturiano Torcuato Fernández Miranda, que fueron capaces de manipular al rey para que, perjurando y traicionando cobardemente su compromiso con Franco, que le había entregado el poder, estampara su firma en la Ley para la Reforma Política; pues como decía, el presidente Suárez en su empeño por lograr una verdadera autonomía internacional de España, había cabreado al recién llegado presidente de EE UU, Ronald Reagan, por una serie de hechos como su visita a La Habana, rompiendo el bloqueo político decretado por Washington; el recibimiento a Yasser Arafat -para los norteamericanos entonces, el terrorista número uno del mundo- con honores de jefe de Estado; el envío de una delegación a la Cumbre de Países No Alineados, gesto insólito en un país con bases militares estadounidenses en su suelo; el continuo apoyo de España en la ONU a las propuestas de los países neutrales y del Tercer Mundo -lo que Suárez denominaba como una «tercera vía» frente al alineamiento incondicional con EEUU o la URSS- y el rechazo a la entrada de España en la OTAN, eran ya inadmisibles con la nueva política de «ley y orden» internacional que Reagan imponía.
El enfrentamiento con EEUU le procuró también la enemistad del Rey, vendido como siempre a los intereses americanos, tal como ya había demostrado nada más empezar a ejercer, provisionalmente, de Jefe de Estado mientras Franco agonizaba, entregando vilmente el Sáhara español a Marruecos, a cambio del apoyo de Estados Unidos a su Jefatura de Estado, tal como había negociado su amigo y testaferro Manual Prado y Colón de Carvajal con Henry Kissinger secretario de estado yankee, (todo ello aclarado por documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia, CIA). Baste decir que el primero, Colón de Carbajal, era conocido también como «Rey del latrocinio»; que posteriormente fue procesado y encarcelado por repetidos delitos multimillonarios; y desde entonces Marruecos ocupa y administra el territorio a pesar de que Naciones Unidas jamás lo ha considerado legal, tal como quedó establecido en el año 2.002 por un informe jurídico firmado por Hans Corell, secretario general adjunto de Asuntos Jurídicos de Naciones Unidas. Por tanto, el Sáhara Occidental sigue siendo territorio español. En base al derecho internacional España es la potencia administradora y, por tanto, está permitiendo que una nación extranjera ocupe ilegalmente el territorio.
A partir de entonces el Rey inicia un plan hostil contra el presidente Suárez, y como no tiene capacidad para destituir a quién habían designado las urnas, promueve una conspiración en toda regla, utilizando a los mayores lameculos del país para desestabilizar la situación política; Tarradellas y algunos nacionalistas más, Alfonso Guerra y otros socialistas con importantes cargos, Herrero de Miñón y muchos otros miembros del partido gobernante, UCD, incluido Abril Martorell que había sido vicepresidente y amigo personal de Suárez, y algunos otros ministros, Manuel Fraga y otros dirigentes de Alianza Popular, destacados generales como Alfonso Armada, confidente del Rey al que Suárez había cesado como secretario de la Casa Real para alejarlo como Gobernador Militar de Lérida, Almirante Gabriel Pita da Veiga que también había sido ministro, periodistas como Luis María Anson, entonces director de la agencia Efe. y así un larguísimo etcétera, que propiciaron un clima de tensión política irrespirable, con propuestas y publicaciones a diario, donde se pedía abiertamente una “solución excepcional “mediante “un golpe de timón” para tumbar al gobierno, y propiciar otro que denominaban de “concentración” presidido incluso por un militar. Ante la gravedad de lo que ocurría, con la implicación de semejantes personajes, incluido el ahora “Emérito” en la desestabilización del Estado, el presidente Adolfo Suárez, en mi opinión el presidente más digno que tuvo España desde la guerra civil, al tanto de lo que ocurría por las informaciones del Servicio Secreto, y con la intención de cortar de raíz el movimiento involucionista que proyectaban, el 29 de enero de 1981 presenta su dimisión.
Pero Suárez no se limitó a dimitir, sino que dejó en Moncloa, elegido por él, e impuesto a UCD, a Leopoldo Calvo Sotelo. Con ese movimiento impedía que el rey pudiera proponer al general Armada para presidir el gobierno golpista, y de paso desmantelar la conspiración. Aún así, y a pesar de la sorpresa inicial, tampoco cubría las expectativas golpistas el conservador Calvo Sotelo, de manera que decidieron seguir adelante con el Golpe de Estado, que debería ser ejecutado antes del nombramiento del nuevo presidente. Por lo que se propusieron aprovechar como punta de lanza otro de los numerosos intentos golpistas, de algunos militares resentidos por sus reminiscencias franquistas, que con cierta frecuencia tenían que desactivar los servicios de información del Estado. Y para ello ninguno mejor que el que proyectaba el Teniente Coronel Tejero apoyado por el Teniente General Jaime Milans del Bosch y Ussía. De manera que, después de la toma del congreso por Tejero, el General Armada se dirigió al Palacio de la Zarzuela, tal como habían acordado previamente, para desde allí exhibir el respaldo de la Corona y controlar junto al Rey los movimientos militares, e impedir levantamientos sociales capaces de poner en peligro el Golpe, antes de acudir al Congreso para imponer el Gobierno de Concentración que tenían acordado con los más importantes dirigentes políticos. Pero no contaban con la enorme capacidad de otro asturiano ilustre. El General Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa Real, conocía sobradamente el percal de semejantes personajes, y con una habilidad e inteligencia excepcionales, abroncó al Rey por la temeridad que estaba cometiendo que nuevamente ponía en peligro la continuidad de la Monarquía en España, impidió el acceso del General Armada a la Zarzuela, y cuando otros generales, entre ellos José Juste, jefe de la poderosa División Acorazada Brunete, llamaban para preguntar por Armada, la respuesta era “ni está ni se le espera”, evitando de esa manera que otras fuerzas militares se unieran al levantamiento.
Así y todo el general asturiano no pudo evitar que Armada y el Rey hablaran repetidamente por teléfono, ni que el primero acudiera al Congreso de los Diputados, tal como esperaba el capitán golpista Muñecas, como “la autoridad militar, por supuesto” para “sacrificarse” y formar un Gobierno ya acordado, compuesto por los siguientes ejemplares: Presidente: general Alfonso Armada; Vicepresidente para Asuntos Políticos: Felipe González (PSOE); Vicepresidente para Asuntos Económicos: J. M. López de Letona (banquero); Ministro de Asuntos Exteriores: José́ María de Areilza (Coalición Democrática); Ministro de Defensa: Manuel Fraga (AP); Ministro de Justicia: Gregorio Peces Barba (PSOE); Ministro de Hacienda: Pío Cabanillas (UCD); Ministro de Interior: general Manuel Saavedra Palmeiro; Ministro de Obras Publicas: José́ Luis Álvarez (UCD); Ministro de Educación: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón (UCD); Ministro de Trabajo: Jordi Solé Tura (PCE); Ministro de Industria: Agustín Rodríguez Sahagún (UCD); Ministro de Comercio: Carlos Ferrer Salat (CEOE); Ministro de Cultura: Antonio Garrigues Walker (abogado lobbysta); Ministro de Economía: Ramón Tamames (PCE); Ministro de Transportes: Javier Solana (PSOE); Ministro de Autonomías: general José́ Antonio Sáenz de Santamaría; Ministro de Sanidad: Enrique Múgica (PSOE); Ministro de Información: Luis María Anson (director de la agencia Efe). Como se puede apreciar era lo más granado de la política española, y todos ellos, con el Rey en cabeza, con ingente espíritu de sacrificio, desmedido altruismo y desinterés personal, en favor del bienestar de España. ¡Auténticos patriotas!
Pero tampoco contaban con otro imprevisto, que al final resultó insalvable, y por grotesco que parezca fue el que hizo fracasar definitivamente el Golpe de Estado. Tejero esperaba la llegada de Armada, pero cuando vio su lista de gobierno con Felipe González en la vicepresidencia y comunistas como Tamames y Solé Tura entre sus miembros, montó en cólera y le impidió dirigirse a los diputados, truncando definitivamente el golpe: “Yo no he asaltado el Congreso para esto”. De nada sirvieron las ofertas que se le hicieron para dejar pasar al General Armada: Un avión con el destino que eligiera para su familia y amigos, más cincuenta millones de pesetas, de las de 1981, exoneración total, etc. Él lo tenía claro, “tomamos el Congreso a las órdenes del Rey, para que se impusiera un gobierno militar, pero al ver que se convertía la cosa en una traicionesca borbonada, para meter a marxistas en un Gobierno del que no se me dijo nada, no lo aceptamos” y se acabó.
Y en consecuencia Tejero provocó un contragolpe que dio al traste con los planes de toda la politiquería implicada, incluidos Armada y el Rey; y por la mañana acordó rendirse con lo que se conoce como el “pacto del capó” mediante el cual, tanto la tropa como los suboficiales quedaban exonerados de toda responsabilidad, con el visto bueno del Rey y del Gobierno Provisional que se había formado con los Subsecretarios de los ministerios. Y él afrontó su responsabilidad con una gallardía de leyenda, mientras el soberano plegaba velas, y de paso con gran descaro, se apuntaba el tanto de la desactivación del cuartelazo.
Hay que reconocer que el Teniente Coronel Tejero demostró ser un hombre de honor, nostálgico de la dictadura, pero fiel a sus principios, como también demostraron el presidente Suárez, o el General Gutiérrez Mellado. Nada que ver con toda la crápula que los rodeaba. Y lo dice alguien que, de haber triunfado el golpe que pretendía Tejero, ahora no lo podría contar, pues en aquella época era un alcalde, independiente, pero en la candidatura del Partico Comunista, y su nombre figuraba en alguna lista que habían preparado una serie de mentecatos resentidos, a los que, en este caso sí, se puede calificar de auténticos y peligrosos fascistas; y que por si acaso, aquella noche durmió con el rifle al lado de la cama..
A modo de anécdota diré que yo fui quién avisó de la entrada de Tejero en el Parlamento al Partido Comunista, en Oviedo, que estaba reunido en comité. Y la segunda llamada fue al Gobernador Civil Jorge Fernández Díaz, que terminó siendo Ministro del Interior, del que guardo un entrañable recuerdo, pues en la primera conversación sólo estaba informado por lo que decía la radio, lo mismo que yo, pero poco más tarde me llamó para contarme que se había formado un Gobierno Provisional con los Subsecretarios de los ministerios, y a lo largo de la tarde hablamos hasta seis veces para comentar lo que iba sucediendo, que no era demasiado tranquilizador, ni siquiera en Asturias, ya que no conseguía contactar con el Gobernador Militar, y de hecho, el muy pájaro, no dio señales de vida hasta que salió el Rey en televisión “salvando a España”. Tan intensa fue la relación aquel día, que al cabo de una semana organizó una visita oficial a Proaza, en la que charlamos largamente sobre lo sucedido, comiendo juntos, y partir de entonces y mientras estuvo en Asturias, entre nosotros sólo hubo cordialidad, que incluso se mantuvo cuando fue Gobernador en Cataluña. Todavía hace unos días revolviendo papeles, encontré una breve carta que me había remitido desde Barcelona. Desde luego es un buen tipo, sensato y con principios democráticos, al que le deseo lo mejor.
Durante el juicio, todos los militares insurrectos defendieron que actuaron por «obediencia debida» al rey, afirmando que él estaba enterado de todo y que participó directamente en la insurrección. Todos, excepto Armada, que mantuvo su lealtad al soberano en un pacto de silencio; a pesar de que antes del juicio le envío al Borbón una carta en la que pedía «por el honor de mis hijos y de mi familia», permiso para utilizar durante el juicio, una parte del «contenido de nuestra conversación, de
la cual tengo nota puntual»; que habían mantenido días antes del golpe, pero el monarca nunca se lo permitió. ¡Ya se sabe que el Emérito siempre fue un personaje muy honorable!

Redacción

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  • Que emocionante ver este veraz y justo retrato de los hechos!Me siento agradecida! Debería estudiarse en las clases de historia! Quizás algún día sea posible!
    Gracias!

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