Por Juan CARLOS AVILÉS
[Nos tocó la china]
Mi suegro, al que no tuve el placer de conocer —y lo digo con la pesadumbre de quien pierde una oportunidad irrepetible— fue célebre por sus ocurrencias un tanto surrealistas, como buen lector de La Codorniz. Entre ellas, una rotunda y lapidaria frase, nunca mejor dicho: “Morirse ye lo último”. Como todas las sentencias con aspecto de perogrullada, va mucho más allá de lo aparente. Es todo un axioma, un reto a la trascendencia (ese fardo pesado y estúpido con el que nos cargan nada más venir al mundo) y una invitación para afrontar el último suspiro con el mismo sentido del humor y del amor con el que deberíamos haber llevado la vida. Y, si no, malo. El otro día pusieron en la tele un documental memorable y que todos, guajes y no tanto, tendríamos que ver como una lección magistral de saber vivir, y morir. Eso que tú me das es una entrevista que Jordi Évole le hizo a Pau Donés, el cantante de Jarabe de Palo, quince días antes de que un cáncer de colon se lo llevara por delante, a los 53 años. Se la pidió el propio músico al periodista para dar las gracias al mundo por lo que dejaba detrás. Sin dramatismos ni estridencias. Sereno y consciente. Con amor y con humor. Ahora que se nos han convertido la vida en una permanente y machacona estadística del desastre, envuelta en gel hidroalcohólico y FFP2, empezamos a darnos cuenta de que vivimos desolados porque estamos adiestrados para vivir, pero no para irnos al otro barrio. La muerte es la gran paradoja, el gran enigma. No sabemos nada de ella: ni qué aspecto tiene, ni que lenguaje habla, ni qué pie calza. Pero estar, está. Así que, si no habéis tenido ocasión de ver lo del Évole, tratar de hacerlo. Y si no os arregláis con internet, ya sabéis, preguntar a los nietos. Pero no os lo perdáis. Más que nada, por si acaso.
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