Publicado el: 24 May 2021

Con la lengua fuera

Por Juan Carlos AVILÉS

[Nos tocó la china]

— Oye, ¿y tú de qué quinta eres? ¿De la AstraZeneca o de la Pfizer?

— No, no, de la Moderna.

— Coño, pues te hacía yo más joven, o a lo más de la Janssen. Como estás hecho un guaje… ¿Y en tu concejo cómo andáis de trazabilidad?

—Pues no sé, pero les fabes de mayo se están dando de cojones.

Esta charleta entre dos paisanos, con mascarilla FFP2 y DS (distancia de seguridad) relativa, hubiera sido impensable hace un par de años y, desde luego, ininteligible. Pero el mundo se ha dislocado y los nuevos tiempos no solo exigen nuevas costumbres, sino además otros códigos y lenguajes que se adapten mejor al chungo galimatías en el que andamos metidos. ¡Pobrinos!

Pero no sólo la pandemia está generando nuevas y discutibles formas de expresión. El otro virus que nos atenaza —los zoquetes de los políticos y sus acólitos más fervientes, los periodistas— también desarrolla su propio lenguaje que unos y otros nos repiten hasta la saciedad y que a muchos nos repatea. Por ejemplo, el “cordón sanitario” no es lo que te ponen en los chigres para impedir que te tomes la caña en la barra, sino la resistencia a que la ultraderecha tome posiciones; el “no pasarán” de toda la vida, vamos. Cuando se rebasan los límites ideológicos ya no se llama “cambiar de chaqueta”, sino “cruzar la línea roja”. Si las posturas moderadas –el centro de siempre—se diluyen en favor de las extremas, ahora se habla de “polarización”. Si no se ponen de acuerdo es el “disenso”. Seguir una postura coherente supone ser fieles al “relato”. Y afrontar una crisis como un campeón, ser un tío “resiliente”. Y ahí lo dejo.

El lenguaje tiene que ser un instrumento vivo, que se renueve con los tiempos y que se adapte a las circunstancias y a los usos sociales. Pero cuando quienes más influyen en su difusión y en la opinión pública convierten buena parte de él en una moda pasajera y sin sentido, o en muletillas empleadas hasta el hartazgo, pueden ser un verdadero coñazo. O a mí me lo parece. Menos mal que nos quedan les fabes de mayo.

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