Manolo JIMÉNEZ

El final del verano nos deja un atisbo de nueva normalidad en Asturias y por lo tanto vuelta a las viejas lacras instauradas en los últimos años en la sociedad. Las noches de blanco satén han venido de la mano de un viejo mantra: la gente no quiere trabajar. Así nos lo subrayó a los presentes la propietaria de una conocida terraza del litoral luanquino, molesta con las dificultades sufridas a la hora de la contratación de personal. No es este sector el único afectado por el desinterés de la mano de obra: la construcción, supuesta palanca de la reactivación, advertía este pasado verano de las dificultades que se adivinan para responder al efecto de los fondos europeos, canalizadores de la transformación energética de los edificios. Uno de estos empresarios sotto voce, llegó a afirmar que los jóvenes colman cualquier aspiración con un dispositivo móvil, una conexión a internet y 200 euros al mes… lo que dificulta la contratación de personal por la baja demanda; todo ello unido al descenso demográfico y al envejecimiento de la población da al traste con el relevo generacional en algunos puestos. Mientras la patronal se lamentaba, algunos círculos de trabajadores contratacaban. A finales del estío, empleados de bares y restaurantes anunciaron acciones contra los empresarios por defraudar horas en el pago de cotizaciones y salarios, respaldados por la Inspección de Trabajo. Según denuncian, es relativamente habitual la falsificación del registro implantado por el Ministerio de Trabajo así como represalias en caso de no acceder a firmar dicho parte, en el que constan menos horas de las trabajadas.
Se trata de una brecha salarial, una grieta social que el pacto de concertación social no ha podido resolver. Hay hechos innegables, casi diría que por humanidad: El trabajo estacional en según qué sectores, con jornadas maratonianas, en plena canícula, y en localidades de gran afluencia turística ni es atractivo ni es justo. Reventar trabajando en una terraza durante los meses de verano, época en la que el común de los mortales descansa y se divierte, por poco más del salario mínimo, aboca al sector a quedarse huérfano de mano de obra. El propio Joe Biden, viendo que este problema empieza a ser endémico también en América, ha hablado alto y claro: “paguen más”. Yo digo que si la patronal defiende el libre mercado, la ley de la oferta y la demanda, debe respetar también que el trabajador escoja libremente en función de la oferta laboral. ¿Renunciaría Vd. a la conciliación familiar, al tiempo libre… por 1000 euros? ¿Se desplazaría Vd. a Llanes o a Ibiza para trabajar un verano por poco más de 1000 euros? ¿Da para vivir? Ahora bien, la causa de este cisma es compartida. Una hostelera de nuestra comarca se defendía: “… yo pago pero entonces exijo profesionalidad…”. Los trabajadores tienen una importante responsabilidad: hacerse acreedores de sus derechos. Han sido muchos años de descrédito ganado a pulso en empresas públicas que sí tenían buenas condiciones y que se han ido a pique. Basta de cigarros de 25 minutos, de afilado de navajas, de internet en el curro y de ir la hierba en verano mientras tramitamos una I.T (baja laboral). Ahora más que nunca todos a una: si queremos contratar habrá que pagar… y si queremos cobrar habrá que trabajar.