Portugal ‘ten points’

Por Juan Carlos AVILÉS

La España vaciada es anterior al fenómeno geo sociológico por la que la conocemos ahora. Se producía, una vez al año, desde mayo de 1956, cuando se transmitió el primer Festival de Eurovisión. Este acontecimiento acaparaba la atención no solo de España, sino del resto del mundo con un televisor o una radio a su alcance. Y quien no poseía un aparato se reunía en casa del vecino, en el bar de la esquina o en el teleclub del pueblo. Desde luego eran otros tiempos y otras circunstancias. Años de emociones constreñidas, de ventanas cerradas al exterior donde solo podías ser testigo de aquello que tenías a tu alcance, que era bien poco. Pero cuando sonaba el Te Deum de Charpentier y aparecía en la pantalla el círculo estrellado y fulgurante del ansiado festival –desde luego en blanco y negro– los corazones empezaban a palpitar más deprisa y las cenas se ultimaban a todo correr mientras se hacían las ‘porras’ entre familiares o amigos: “Pues va a ganar Suecia”, “que no, que vamos a ganar nosotros”. “Pero si todo esto es politiqueo”, decía el listillo del cuñado. “¿Y la niña cuándo sale?”, soltaba la pobre abuela, que no daba pie con bola. Luego Federico Gallo, José Luis Uribarri, o Joaquín Prat, luciendo una flamante pajarita, comentaban la ‘jugada’ o traducían las puntuaciones otorgadas por el resto de los concurrentes cuando llegaba el momento de las votaciones: “United Kingdom, five points”, “La Belgique, cinque points”… Y España, poquita cosa, que nuestra dictadura estaba castigada, menos por los vecinos lusos, que siempre nos daban algo en compensación por comprarles las toallas y las alfombras. Ya ha llovido mucho después de aquellas nostálgicas retransmisiones. El mundo lo tenemos bastante más cerca –incluso demasiado– y a nuestros representantes eurovisivos los elegimos democráticamente en un concurso previo, con puestas en escena espectaculares y votaciones online, como hace bien poco en Benidorm. Aunque ahora pesa más lo visual que lo musical, por lo que seguiremos sin comernos una rosca y añorando a Massiel y a Salomé con fondo monocromo. Menos mal que siempre nos quedará Portugal.

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