Algunas pinceladas de la historia del piragüismo moscón

Plácido RODRÍGUEZ

Así comenzaba aquella estrofa popular que se cantaba en los chigres del concejo por los años 70. Aunque, en el caso que nos ocupa, el pez extraño no era “…’Pacho la Gocha’ vestido en traje baño”.

Seguramente sería alguno de los pioneros del piragüismo moscón; es probable que del pueblo, barrio o, como alguno de ellos la proclamaba, República Independiente de Castañeo que, parapetados en esa singular ladera que da vistas a las vegas del Cubia y del Nalón, un día decidieron bajar al río para surcar aquellas, por entonces, aguas negras, fruto de arrancar las entrañas de Asturias en las cuencas mineras. Ya casi suena a leyenda, pero parece ser que aquellas primitivas embarcaciones de hierro, que por abundante peso parecían poner a prueba el principio de Arquímedes, fueron bautizadas con el nombre de chocolateras por la facultad de flotar sobre el agua, a veces tan espesa, que en verdad semejaba chocolate.

No sé si por la gracilidad y ternura que suelen inspirar esa especie tan conocida de mamíferos, aquellos mozos de crianza espartana dieron en llamarse “Los Defines” y fruto de la perseverancia por seguir insistiendo en navegar sobre el agua, después de innumerables vuelcos y contratiempos de ribera, constituyeron formalmente el primer club de piraguas del concejo.

Décadas después, cuando las cuencas comenzaron su agonía por el progresivo cierre de las minas, se dio la paradoja de que el río fue recuperando transparencia y vida, y aquellos peces extraños se fueron transformando en piraguas cada vez más sofisticadas, cada vez más aerodinámicas.

Desde que Lisardo Estrada, “Titi”, construyó las chocolateras en el taller donde trabajaba pasaron 50 años, en los que este hombre incansable y de actitud abnegada a la vez de cordial no dejó de entrenar, de remar, de ayudar a toda la gente que se fue acercando por las distintas construcciones que hicieron las veces de piragüeras, siempre al lado del Nalón. Y como él dice: “Llevo 50 años remando, pero también llevo 50 años trabajando. Espero dejar de trabajar, aunque no de remar”. Supongo que esa debe de ser la actitud, sobre todo cuando se escucha en la llegada a meta un “¡Venga buelito!” Que le dé ánimos para continuar.

En todo ese tiempo fuimos muchos los que sentimos la curiosidad de subirnos en una piragua; algunos perseveraron más que otros en el intento, y ya son varias las generaciones, ya son muy numerosos los moscones y mosconas que de alguna manera mantienen ese vínculo con un deporte que, a pesar del arraigo que tiene en la comarca, le cuesta hacerse con nuevos palistas jóvenes que continúen la andadura de los pioneros.

No sé si a Iván, uno de los hijos de Titi, el sistema lo va a tener trabajando otros 50 años, espero por su bien y el de los demás que no sea así. Lo que sí parece es que va a seguir con la perseverancia de su padre, haciendo del piragüismo un modo de vida; como él dice: “llevo practicando este deporte desde los 6 años, me encanta, compites por toda España, haces amigos allí donde vas, te mantienes en forma y el club es como una gran familia”. Ojalá sigan apareciendo nuevos peces extraños, en traje de baño, licra, neopreno o cualquiera que sea la prenda deportiva que se estile con el paso del tiempo; ojalá que nuevos delfines den continuidad esa familia y retomen su singladura con temple espartano, montados en una piragua, agarrando con manos firmes la pala, para afrontar la seductora experiencia de deslizarse sobre el agua sin más ayuda que la propulsión de sus brazos.