El puente de Grado, hoy oculto por la maleza, fue construido por varios de los arquitectos más prestigiosos de la Ilustración asturiana
Beatriz Canitrot / Grado
A la entrada de Grado nos encontramos con un regio puente que pasa totalmente desapercibido y que, sin embargo, forma parte de la obra de ingeniería que Manuel Reguera realizó en Asturias en época de la Ilustración, junto con el puente nuevo de Olloniego (diseñado por Marcos de Vierna y encargado a Manuel Reguera González en 1780), el de Santullano a las afueras de Mieres (proyectado por Manuel Reguera y Francisco Pruneda en 1787) y el de Cornellana (diseñado por Manuel Reguera en 1790).
El puente está construido totalmente en sillar. Tiene cinco arcos de medio punto, siendo de mayor tamaño el central. Los arcos carecen de basamento de apoyo y están reforzados entre arquerías por gruesos tajamares escalonados. Tiene el petril calado en arcos de medio punto, pintado de blanco. En la construcción del mismo intervinieron varios de los arquitectos más prestigiosos de la ilustración asturiana y la historia de su fábrica la conocemos a través de la obra de Vidal de la Madrid Álvarez, La arquitectura de la Ilustración en Asturias. Manuel Reguera 1731-1798.
El proyecto original fue encargado a Pedro Antonio Menéndez y modificado, posteriormente, por Marcos de Vierna, aunque ninguno de los dos terminaría las obras. El primer remate fue entregado por Manuel Reguera en 1769 siguiendo el diseño de Vierna. Tres años más tarde, Juan Menéndez Camina ajusta nuevamente la obra en su nombre y en el de los arquitectos Manuel Reguera, Manuel Bernardo y Pedro Antonio Menéndez quien, en 1773, se hizo cargo de las obras al haber finalizado los trabajos en el puerto de Gijón. Debido posiblemente a su enfermedad, Pedro Antonio Menéndez fue incapaz de finalizar el puente, con lo que Manuel Reguera vuelve a hacerse cargo de la obra terminándola en 1775.
Su construcción simplificó considerablemente el acceso a Grado desde la capital del Principado ya que, con anterioridad, el paso a la villa se venía realizando a través de un pequeño e insignificante puente que Fernández de Miranda menciona en su libro Grado y su Concejo: «Próximo al mismo lugar (se refiere a la capilla de San Pelayo) está un antiguo puente del Camino Real que, a pesar de su insignificancia, consideró la Diputación del Principado en 1733, debía reedificarse con urgencia, porque era paso necesario y transitante para los reinos de España.»
El puente sufrió varios percances desde su construcción. En 1782 se dañaron sus machones debido a una riada; en 1815 el puente quedó en seco por el efecto de un desbordamiento del río hacía la vega, ocasionando una sextaferia en la que participó todo el concejo para derivar, nuevamente, las aguas al cauce del Cubia; en 1821 se volvió a reparar tras otra crecida del Cubia que socavó sus cimientos; y hacia 1859 se reformó al ejecutarse las obras de la carretera. Fernández de Miranda recoge dicho hecho y lo define de la siguiente manera: «…Al ejecutarse las obras del nuevo camino, se reformó el puente de Grado, dejándole sus antiguos pilares, el cual (se refiere al antiguo) tiene tres arcos, es de mármol y era de carácter románico, habiendo sido construido a costa de la provincia en el año 1769, no de tan bella construcción y arquitectura».
La construcción de la carretera trajo consigo innumerables protestas al desviarse esta del centro de la villa. Desde su fundación, Grado gozaba con la ventaja de ser atravesado por el camino real a Galicia. Su caserío se disponía a lo largo de esta vía, así como los puestos y negocios de artículos de consumo, cuya venta estaba asegurada debido al abundante tránsito de la misma. Los vecinos consideraban que el paso de la carretera por el centro de la villa mejoraría el aspecto y la salubridad de sus calles. El paso de los años ha demostrado que la desviación de la carretera del centro de la villa no ha influido en la desvirtuación de Grado como centro de comercio, manteniendo visible ese carácter a día de hoy.
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