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Genética belmontina

Inicio Belmonte Genética belmontina
Severino A. Hevia

[La Claraboya]

Años ha, en un célebre local de hostelería de la villa de Belmonte, dos ilustres belmontinos, uno de nación y otro de adopción, que aunque nacido fuera por las peculiaridades migratorias laborales de mediados del siglo pasado, con sus progenitores y todos sus antepasados del municipio, cariñosamente platicaban sobre su certero conocimiento de numerosos centros penitenciarios por los que habían pasado en precioso recorrido espiritual, vamos, que como quién hace el camino de Santiago.

Y así, daban precisos y verdaderos detalles de El Dueso, en Cantabria, de Topas, en Salamanca, de Zuera, en Zaragoza, de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real, de Soto del Real, en Madrid, y, como no podía ser de otra forma, de Villabona, aquí en Asturias, y ambos debatían sobre quién de los dos ostentaba el privilegio de tener en su currículo más número de pernoctaciones en los citados alojamientos, todos ellas cargadas de inusitado atractivo turístico y cultural.

El actual Belmonte de Miranda tiene su primitivo origen en el antiguo Monasterio de Santa María de Lapedo, lo que era un coto abacial en el que sus regidores, habitualmente abades, gozaban del privilegio de impartir justicia, dando ello pié a que numerosos malhechores foráneos de cada época se adentrasen en los dominios del monasterio huyendo de la justicia común.

El caso es que los respectivos abades que regían el monasterio jamás descuidaron sus privilegios y siempre velaron por mantener su independencia jurisdiccional, y así, por dispensa real, ya el 4 de Enero de 1254, desde Córdoba, el rey Alfonso X “prohíbe entrar o forzar al monasterio de Belmonte en sus cotos, vasallos, propiedades, heredades, privilegios o en cualquier otra cosa que les haya pertenecido en tiempos de Alfonso IX y Fernando III, sus predecesores.”.

Con posterioridad, en el año 1577 se estuvo a punto de perder la inmunidad dado que de los muchos y graves delitos que se producían en el Principado, los malhechores hallaban protección y seguro asilo en el Señorío logrando con ello una completa y perniciosa impunidad, y se sucedieron dos disposiciones reales al efecto (Cédulas de 21 de Julio de 1577 y de 12 de Diciembre de 1578 de Felipe II), “autorizando al corregidor gobernador para que pudiera perseguir y reducir a prisión a todos los delincuentes en todos los cotos, villas y pueblos de Asturias”. Sin embargo, éstas disposiciones reales no tuvieron efecto en Belmonte logrando el abad la excepción (“El Gobernador del Principado, ni su teniente ni alguaciles puestos por ellos, ni otra ninguna justicia puede entrar en este coto ni juzgar ni conocer de cosa alguna…”), dirimiéndose ya en el año 1582 un nuevo pleito contra el monasterio intentando quitarle su jurisdicción, pleito del que el monasterio salió airoso conservando toda su capacidad jurisdiccional y todos sus privilegios.

En esa época, finales del siglo XVI, los habitantes del Señorío de Belmonte serían ciento y pocos, según las dos principales fuentes existentes, el censo realizado por el Licenciado Grijalva a petición de Felipe II (no más de ciento) y el Libro Tumbo del Abad Escudero (ciento veinte, y diez de las brañas), y de ellos, según lo reflejado en el censo de averiguación entregado por los regidores del propio Señorío al Licenciado Grijalva y anexado a su informe, al menos doce, eran madres solteras con hijos, siendo este dato abrumador teniendo en cuenta que nos encontramos en un territorio controlado y sometido a las estrictas y ortodoxas reglas clericales.

Y viene todo ello a cuento porque si, por un lado, aquí se alojaron y encontraron cobijo a lo largo de la historia infinidad de malhechores y delincuentes de todo tipo y, por otro lado, el clero dominante era absolutamente permisivo con el más insólito grado de inmoralidad, claro debe quedar que, en nuestros genes, el aspecto delictivo e inmoral debería de venir ya infectado de serie.

Sin embargo, y muy a mi pesar, la anécdota contada al principio no deja de ser la excepción que confirma la regla y el índice de criminalidad en este municipio belmontino es nulo, no existiendo apenas delincuencia alguna.

Váyanse a paseo la modernización, la globalización y todos esos nuevos valores evolutivos que no han hecho más que atrofiar nuestra noble y arcaica genética inoculada por el crimen y por el clero al cincuenta por ciento, y reduciéndola a las más míseras y ruinas normalidad y vulgaridad.

 

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