Publicado el: 16 Sep 2022

El verdadero valor de la fábrica de loza de San Claudio

El trubieco José Fuente llevó en los años veinte del siglo pasado a su máximo esplendor a la factoría, compitiendo directamente con La Cartuja sevillana, origen de un patrimonio excepcional hoy en completo abandono

Interior de las instalaciones de San Claudio, que forma parte de un patrimonio excepcional incómodo para muchos/ Toño Huerta

Por Toño Huerta

Asociación por el Patrimonio Histórico Industrial de Trubia

La Belle Époque, el periodo a caballo entre los siglos XIX y XX, supuso una nueva época de auge para la industria asturiana. El retorno de capitales indianos tras el “desastre” del 98 o el incremento del consumo urbano auspiciado por el mayor poder adquisitivo de la clase trabajadora, hicieron que diversos sectores crecieran, en especial el alimentario –bebidas gaseosas, derivados lácteos, conservas, etc.–. Con antecedentes desde el siglo XVIII y un precedente más cercado en la Fábrica de Loza La Asturiana (Gijón, 1874), la industria cerámica también se vio favorecida por esa coyuntura, creándose en San Claudio la que sería una de las grandes marcas del sector.

La población de San Claudio ya contaba con cierta tradición desde 1896, cuando se funda la Fábrica de Cerámica Asturiana, donde uno de sus productos más reconocidos fueron las tejas planas. Pero sería la Sociedad Senén María Ceñal y Compañía, fundada en 1901, la que daría lugar a la gran empresa que aquí existió durante varias décadas; con profesionales llegados de La Asturiana o de otras fábricas inglesas, se levanta un complejo fabril diseñado por Dimas Alonso y construido por un personaje cuyo apellido pronto volveremos a mencionar, Modesto Fuente, contratista de Udrión. En esta primera época predomina el estilo y estética inglesa, la loza blanca y estampada. Ya en 1904 contaría con varios puntos de venta en Oviedo y otro en Trubia. Pero a raíz de la I Guerra Mundial y, sobre todo, sus problemas económicos y estilos un tanto anticuados, harían que la sociedad se disolviese y se aceptara la compra por parte del industrial trubieco José Fuente, que en 1922 constituye la S.A. Fábrica de Loza de San Claudio, época de esplendor donde la marca es reconocida a nivel nacional, entrando en competición directa con La Cartuja sevillana. La entrada en el accionariado del grupo Banesto en 1941 marcaría el comienzo de un lento final, agravado a partir de la década de 1970 por la competencia de materiales más baratos y duraderos, como Duralex. Aún así, aún perviviría varios años hasta la llegada de un personaje funesto, Álvaro Ruiz de Alda, quien se hace con la fábrica en 1992; en un proceso de ingeniera societaria, muy propio de los profesionales de la especulación, logra hacerse con la marca. Fueron años de movilizaciones y mucho sufrimiento por parte de las trabajadoras, hasta que en 2009 llega el despido y cierre definitivo de las instalaciones.

Y como una broma macabra, la marca San Claudio sigue vendiéndose en la actualidad, eso sí, made in Marruecos. Antes de su cierre, el conjunto patrimonial de San Claudio fue declarado Bien de Interés Cultural, pero un recurso de los administradores concursales hizo que un juez lo anulase. Desde 2016 forma parte del Inventario del Patrimonio Cultural de Asturias, con elementos tan destacados como los hornos de Flint y frita, la chimenea de lija, el taller de elaboración, el almacén general o las oficinas. Y algo único, todos los moldes desde los inicios de la fabricación a principios del siglo XX, lo que no tiene ninguna otra factoría de España; almacenados de mala manera dentro de la fábrica, lo lógico y oportuno es que fueran traslados y depositados en un lugar óptimo para su preservación, tal y como se hizo con el archivo, salvado in extremis días antes de uno de los muchos incendios provocados en las instalaciones.

Entre tanto, el conjunto se deteriora, se vandaliza y es olvidado por todos, tanto la administración como la sociedad. Hace falta un diagnóstico de las instalaciones y un plan director serio y pensando a largo plazo que determine qué hacer, futuros usos y, sobre todo, la conservación de un conjunto único, algo que es totalmente compatible con las nuevas actividades que se decidan realizar ahí.

Hace poco un representante vecinal decía que el único valor actual de la fábrica son los terrenos. Esta aseveración solamente da alas a la especulación, a quienes únicamente ven un solar donde hacer negocio, obviando el verdadero valor de la Fábrica de Loza de San Claudio, que es el conjunto fabril que ahí se desarrolló, los elementos patrimoniales conservados, y que urgen una pronta actuación para evitar su pérdida irremediable, la resiliencia de este espacio, que puede y debe acoger nuevos usos aprovechando los actuales edificios y, sobre todo, la memoria de las personas que durante varias generaciones trabajaron ahí, sobre todo mujeres, maltratadas y olvidadas desde la aparición del nefasto Ruiz de Alda.

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La Voz del Trubia