Publicado el: 13 Oct 2022

El asesinato del alcalde de Proaza

Casimiro Álvarez

No vamos a pedir que se juzgue a los asesinos del alcalde Aladino Canteli; en primer lugar, porque ya han fallecido todos, pero además, porque la reconciliación nacional propuesta por el Partido Comunista en 1977, y aceptada por todas las fuerzas políticas, suponía zanjar definitivamente las recriminaciones y eventuales responsabilidades por los hechos sucedidos durante la Guerra Civil, y se plasmó en la Ley 1/1977 de 4 de enero, para la Reforma Política, que dio paso a un sistema democrático, aunque con el paso de los años terminó derivando en un estado absolutamente corrupto que sólo sirve para enriquecer a los políticos y sus secuaces a costa del resto de los españoles.

Por otra parte, la valentía de su hijo Helenio Canteli, denunciando los hechos y a todos los implicados con nombres y apellidos y solicitando el merecido reconocimiento público de lo ocurrido, que terminó con la vida de un servidor público sin justificación alguna, sólo requiere ser atendido. Tal como ya se ha esbozado en los dos anteriores números de La Voz del Trubia, Aladino Canteli fue un hombre lúcido, en línea con la brillantez de casi toda su familia.

Hijo de Victoriano Canteli que a su vez había sido alcalde de Proaza durante la monarquía, además de jefe de estación del ferrocarril minero, y delegado de correos. Por otra parte, Aladino era hermano de los maestros Elio y Octavio Canteli, el primero de los cuales fue partícipe en el asalto al cuartel de la guardia civil de Quirós en la Revolución de Octubre de 1934, condenado a muerte que logró solventar con siete años de cárcel, para posteriormente convertirse en un empresario de éxito en Bilbao. Y Octavio, maestro en Teverga, hombre de izquierdas que también sufrió represalias políticas, propietario del bar y pista de baile Mont Blanc, y padre de siete hijos, entre los cuales destacan el alcalde actual de Oviedo Alfredo Canteli, que previamente había sido director de banco y presidente del Centro Asturiano de Oviedo, y el menor de todos, Víctor Canteli, que fue director de El Corte Inglés de Gijón. Como se puede apreciar, se trata de una familia capaz de conseguir puestos relevantes, a base de trabajo e inteligencia.

Aunque Aladino no tenía estudios universitarios, compatibilizó la alcaldía de Proaza con la delegación de Correos para Caranga, Trespeña y Quirós, que primero había desempeñado su padre, y junto a su esposa Secundina Álvarez regentaban un bar-tienda en el bajo de su casa de Caranga. Es elegido concejal en las elecciones municipales de abril de 1933 por el Partido Republicano y designado alcalde por los demás miembros de la corporación, compuesta además de por republicanos, por el Bloque Agrario Asturiano, socialistas, e independientes. En la revolución de 1934 intervino para evitar detenciones y quién sabe si fusilamientos de destacados derechistas o el propio cura del pueblo, algunos de los cuales fueron en el 37 inductores directos de su asesinato, como el caso de Gerardo Fernández, enfrentándose en algunos casos a los miembros del comité revolucionario, y amigos suyos, Senén, Mario o Carlos, todos ellos muertos en el 37, los dos primeros cuando andaban fugados en el Monte el Castro, y el tercero fusilado en la pared del cementerio. La ocupación de Proaza por los nacionales desató los instintos criminales de unos pocos bandarras, Camilo, Colás, Adolfo Viejo, el citado Gerardo Fernández, Julio, etc., y sus secuaces, («mequetrefes» los denomina helenio en su libro), Jesús, Jacinto, Máximo Monforte, etc., para perseguir a quienes les estorbaban, por lo que Aladino se escondió en un pajar y le encargó a su hermano César, que vivía en Entrago y estaba cercano a la Falange, que negociara con las fuerzas de Teverga su entrega. Y tras asegurarle que no tenía causa grave alguna, salvo el hecho de ser un alcalde izquierdas, se entregó en Entrago, donde se acordó trasladarlo a Oviedo. Pero ante la sospecha de que lo terminaran dejando libre, los carroñeros citados con el apoyo de un sargento del ejército, llamado Mariano, la noche comprendida entre el 15 y el 16 de diciembre de 1937, lo metieron en una de las sacas, o paseos, que se organizaban a diario, simulando que había sido por error, para llevarlo en el camión de Tito, (que once años más tarde, fundaría junto a su familia y otros, la empresa de autobuses “Álvarez González y Cía. SRC”), con destino a San Claudio, donde los fusilaron y arrojaron a una fosa común, (según recuerda Helenio que le contó su abuelo Víctor), aunque yo me inclino a pensar que su destino fue el Pozo Tárano de tan triste memoria en Teverga, porque era lo acostumbrado en aquellos meses en las sacas del Palacio de Entrago, y precisamente con el camión de Tito. Posteriormente falsearon el acta de defunción para decir que había fallecido por “heridas de guerra en S. Claudio”, exactamente el mismo eufemismo que se utilizó en el certificado de defunción de Federico García Lorca. Pero Aladino no llegó a participar en la guerra.

Su hijo Helenio, huérfano a los dos años, estudió Comercio y siguiendo la tradición familiar se convirtió en un empresario de gran éxito, con enorme reconocimiento social en Bilbao, aunque nunca dejó de investigar lo sucedido. Y como resultado de los recuerdos de su infancia y de las posteriores indagaciones se encontró con que, frente a los asesinos ya citados que durante unos años les hicieron la vida imposible, la inmensa mayoría de personas relevantes de Proaza, casi todos de derechas: Rogelio secretario municipal de Proaza, su hijo Ángel, secretario del Sindicato Agrario y la Cámara Agraria, Diego, bar y vinatero, José de Isidro, tratante y hostelero, familia Fernández, transportistas, Faustino el del Puente, juez de paz y comerciante, Sipo, comerciante de ferretería, materiales de construcción, ultramarinos, etc., familia Argüelles, diversos negocios de comercio, banca y combustibles, Juan Patallo el herrero, etc., le manifestaron respeto a la figura del alcalde Aladino, y el reconocimiento de que la causa de su asesinato era para que los asesinos y sus lacayos pudieran usurparle los diferentes puestos y bienes que poseían, él y su familia: alcaldía, delegación de Correos, jefe de estación, casa y bar, tierras, etc. Hay otro triste pasaje en el intento de Helenio para el reconocimiento de su padre, el alcalde Aladino. Y es que en el 2006 cuando Helenio publicó el libro «Herencia Política-El Alcalde’, pasó por el Ayuntamiento de Proaza, dirigido por las coaligadas Mari Carmen Arias y Loli Gallego, para plantear un reconocimiento oficial al alcalde asesinado y dejarles varios ejemplares de su libro, propuesta que nunca obtuvo respuesta alguna, desapareciendo todos los libros, hasta el punto de no dejar siquiera uno en la biblioteca municipal.

Y ya no se trata de una obligación moral — que lo es— si no de un precepto legal, puesto que las autoridades y empleados públicos están obligados a mantener un compromiso activo con los valores y principios sobre los que se asienta la Constitución y, en la misma línea, aunque anterior al texto constitucional pero todavía en vigor, el Artículo 90 del Decreto 315/1964, de 7 de febrero, por el que se aprueba la Ley articulada de Funcionarios Civiles del Estado, cuando dice que «incurrirán en responsabilidad no sólo los autores de una falta, sino también los jefes que la toleren y los funcionarios que la encubran». De manera que, a día de hoy, y cubriendo con un tupido velo los vergonzosos hechos que mantienen al último alcalde democrático de Proaza, anterior a la dictadura, en la ignominia, el Ayuntamiento, socialista para más señas, debería plantearse un reconocimiento oficial al injustamente asesinado alcalde Aladino Canteli. Y lo pide respetuosamente, quien fue el siguiente alcalde democrático después de Aladino, puesto que, entre los mandatos de ambos, no hubo más que dictadura.

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La Voz del Trubia