La edificación, de gran interés arquitectónico como muchas de Cornellana, se distingue por su cubierta de inspiración industrial
Javier F. Granda / Salas
Cornellana destaca por una notable arquitectura urbana levantada, en buena medida, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX y que responde a un momento de bonanza económica y esplendor comercial, en ocasiones debido a la entrada de capital indiano. Los emigrantes hicieron que algunas de sus arquitecturas llegasen a estos lugares con formas notables y magníficas calidades constructivas.
Esta arquitectura se dispone a ambos lados del eje principal de comunicación que articula el asentamiento, la Carretera Nacional 634 Irún-Santiago, aquí denominada Carretera General, con nombre de Avenida, la de Prudencio Fernández-Pello, quien fuera presidente del Banco de Asturias y director general de Hidroeléctrica del Cantábrico. Este elitismo que se mantiene en el callejero del municipio es, obviamente, producto de otra época, como lo son ciertos valores arquitectónicos que podemos observar en el núcleo al que nos referimos.
Destaco en esta ocasión una edificación que se conoce por Casa de Segundo el Rapsoda o también Casa Felisa, que se emplaza al comienzo del pueblo tras cruzar el puente del Narcea. Esta edificación destaca por su verticalidad y por su caprichosa cubierta que contrasta con lo edificado en sus inmediaciones y en todas las casonas que vemos al paso de la referida calle. Es un tipo de solución constructiva muy escasa en nuestras latitudes a la vez que un elemento que ensalza la belleza del edificio. Podría decirse que estamos ante un estilo ecléctico donde se conjugan al menos otros dos, con una inspiración historicista en las fachadas y una solución de aire industrial para la cubierta. Esta cubierta se trata de un elemento destacado que la dota de suntuosidad junto a una galería en voladizo que se orienta al este, en una elevada primera planta. Destaca en todo su perímetro un alero abierto que sobresale empleando un sistema de ménsulas y riostras que evoca a los complejos entramados industriales y estaciones de ferrocarril de las que existen abundantes ejemplos en Latinoamérica.
La inspiración de esta cubierta posee un largo recorrido y es un rasgo que define el edificio. Se realiza a cuatro aguas, pero los extremos cortos se resuelven mediante un peto que dibuja una forma peculiar centrando el foco de la mirada al contemplar el conjunto. La planta es rectangular y en esto deben hallarse implícitos los concionantes de su disposición al frente a la vía principal y las dimensiones del solar que fija el emplazamiento. La fachada principal es de orientación norte y destaca por la verticalidad y la distribución de los huecos. En ella se dispone un balcón volado con rejería, en planta primera, destacando también el casetón en la cubierta abuhardillada en el eje central. Consta de tres plantas de altura considerable: baja, primera y segunda; esta última de menor altura, abuhardillada y sin huecos, si se exceptúa el referido casetón. Quedan bien resueltas las fachadas norte y este y más austeras en sus remates la sur y oeste. En la fachada principal los vanos son de sillar labrado en la planta baja, habiendo sido reconvertidos dos de ellos en ventanas, desplazando la entrada a uno de los ejes laterales. No abunda la ornamentación si exceptuamos los recercos colgados de los balcones y los frisos que se disponen en la planta primera sobre los huecos. En la trasera, al sur, sin ornamentos y con huecos irregulares, existe una puerta con escalera lateral hacia la huerta. Mantiene las cargas en buen estado y colores antiguos que la hacen respirar decadencia y un discreto esplendor. Se trata de una edificación peculiar que resiste como muchas los malos momentos de un llamado progreso que no mira hacia la excelencia, sino que alienta la mediocridad arquitectónica del presente y fomenta el olvido del pasado.
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