Luis G. Donate
Bienvenidos seáis una vez más a nuestro pequeño rincón de tertulia, reflexión y conocimiento. Me alegro de veros bien, como corresponde, dispuestos como siempre a prestar los ojos y la mente a los asuntos que cada mes os traigo. Si os parece, vamos a ello.
La materia a tratar hoy parece que viene acorde con el tiempo, mientras escribo estas líneas oigo el rítmico goteo de la lluvia en los canalones. Digo esto porque vengo a hablaros de una herramienta muy ligada a nuestra tierra, el paraguas. Compañero inseparable, puede uno encontrarlo en infinidad de variantes: clásico, plegable, de plástico, de tela, de seda, con materiales exóticos e incluso ejemplares adornados con personajes de dibujos animados para los niños. En la Inglaterra victoriana, otra tierra famosa por su uso de este utensilio. llegó a estar a la misma altura e incluso a sustituir al bastón de paseo como accesorio indispensable para caballeros, llegando a formar del repertorio de armas utilizadas en el oscuro arte del bartitsu, un estilo de auto defensa dado a conocer por las novelas de Sherlock Holmes. Lo lleve quien lo lleve, siempre será un práctico techo bajo el que refugiarse ya sea en lugares donde la lluvia es algo demasiado habitual o donde cae de higos a brevas. A modo de apunte final, recomiendo llevarlo siempre, si se tiene a mano, parece espantar la lluvia, en caso contrario tiene la desagradable costumbre de atraerla.
Hasta aquí la disertación de este mes, tened cuidado con alguna varilla que anda rodando por aquí, pertenece a algún paraguas antiguo y estos solían llevarlas de metal sólido, no quisiera que nadie acabase herido. Recordad no abrir el paraguas en interiores y cuidaos, hasta la próxima, quedo a vuestro servio.
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