Publicado el: 27 Feb 2023

El asalto de 1808 a las fábricas de armas

Fábrica de armas, el alma industrial de Trubia

Imagen símbolo del levantamiento.

 

Roberto Suárez / Trubia

Sin duda la Guerra de la Independencoa fue uno de los periodos más críticos en la historia de España, que estuvo a punto de dar al traste con los esfuerzos de la Corona para establecer en Asturias las dos Reales Fábricas. En 1808, cuando estalló la guerra, se construía en Oviedo el fusil de chispa, calibre 19 mm, para infantería; la carabina para cornetas de infantería y cadetes; la tercerola para caballería; el mosquetón para la artillería y pistolas para caballería, todas ellas de 18 mm. de calibre.

En Asturias las noticias de los sucesos ocurridos en Madrid llegaron con cierto retraso, lo que no fue óbice para que proliferasen reuniones y tertulias clandestinas, alcanzando la exaltación popular dimensiones que sorprendieron a propios y extraños, a pesar de los esfuerzos de las personalidades más destacadas de la capital para calmar los ánimos del vulgo. La acción espontánea de las masas populares provocó el primer estallido revolucionario que resultó imposible de controlar por las autoridades constituidas. La muchedumbre invadió las calles de Oviedo en la noche del 24 al 25 de mayo y trataron de apoderarse del armamento existente en la casa del duque del Parque.

Aquella noche algunos operarios, aldeanos y vecinos de la ciudad se apoderaron parcialmente del armamento almacenado, que se distribuyó entre el paisanaje. Sin embargo, su director no accedió a franquear las puertas del establecimiento en tanto en cuanto no precediese orden superior. Aun así, la multitud, usando como ariete una gran viga, logró apoderarse de cierto número de armas. Cienfuegos Jovellanos: «entregamos al pueblo los fusiles y las municiones de las fábricas de Oviedo y Trubia, necesarios para la defensa de nuestra provincia, con la inexcusable condición de que se llevase a cabo una inmediata y urgente militarización oficial, encuadrando a todos los portadores de armas en unidades regulares de nuestro ejército».

Pocas horas después, restituido ya el orden callejero por patrullas armadas, la Junta y el Ayuntamiento invitaban a la población a un tedeum en la catedral de El Salvador anunciando que, al final del mismo, se celebraría, en la plaza contigua, un acto de desagravio y de homenaje popular a todos los patriotas de la fábrica de armas y en especial, a su director.

También en Trubia se dejó sentir la tentativa de asalto a sus dependencias. Si los sucesos acaecidos en Oviedo ocurrieron en la noche del 24 al 25 de mayo de 1808, en Trubia en cambio, sucederían el día 25 de mayo. Su director, el teniente coronel Cienfuegos y Jovellanos que se encontraba en Oviedo, en defensa de El Fontán, enterado del asedio pacífico al que estaban sometiendo la fábrica de Trubia decide, después de entrevistarse con el marqués de Santa Cruz del Marcenado, emprender camino a Trubia. Éste le ofrecería para salir del palacio del duque del Parque «una escolta de 30 milicianos bien armados, así como dos galeras [carro grande de cuatro ruedas, del que tiran dos parejas de mulas, generalmente cubierto] y una diligencia que habían sido requisadas para transportarlos».

Llegados al valle trubieco, a media tarde del 25 de mayo de 1808, una vez puesto al tanto de los pormenores del pacífico asedio que estaban padeciendo las instalaciones fabriles, prepara un plan para intimidar a los grupos más levantiscos, haciendo incluso alguna detención.

Como primera medida, y a fin de identificar a tales grupos entre el gentío que rodeaba al establecimiento y que utilizaban la táctica de sentarse en las proximidades de las porterías formando corrillos, Cienfuegos ordenaba que se hiciesen algunas nutridas descargas por encima de ellos, conminándoles a disolverse, y notificándoles que, en Oviedo, podrían dar satisfacción a su ardor patriótico alistándose a las milicias asturianas de defensa que se irían creando. Poco después, en vista de que el sistema no parecía haber dado resultado, y ante la testarudez que mostraban los corrillos, el teniente coronel comenzaba a dudar de cuál habría de ser su próximo paso. Decidieron entonces, salir y tratar de imponerse, propósito que conseguían casi de inmediato, disparando temerariamente a los pies, deteniendo a los que no corrían y apaleando a culatazos a todo aquel que intentaba gallear.

Al final de esta salida, en la que tanto los milicianos como los maestros operarios y aprendices de Trubia habían puesto un ardor guerrero digno de mejor ocasión, en las inmediaciones no quedaban más que cinco paisanos heridos por rebotes de bala, 20 contusionados y 50 detenidos. Mientras a los heridos y contusionados se les llevaba a la enfermería fabril, a los detenidos se les encerraba en la nave de limpia de municiones y, quisieran o no, se les afiliaba como «voluntarios», comunicándoles que a partir de aquel momento estaban bajo jurisdicción militar y, por lo tanto, todos sus actos punibles serían juzgados ante un Consejo de Guerra.

Al poco de iniciarse la invasión se ordenó evacuar y abandonar la fábrica de Trubia, con sus hornos altos totalmente atorados «con carbón de escorias y espato flúor que habían hecho los franceses, y volado en parte el dique de la presa de El Machón, tratando de recolocar a los operarios a otras zonas al efecto de formar talleres de recomposición de armamento». Sabemos que una parte de los maestros y oficiales armeros no abandonarían Asturias, estableciéndose varios grupos en San Pelayo (Grado) y en Rozada de Bazuelo (Mieres) «lugar este último donde, alquilaron hasta 1834, y a razón de 2.500 reales de vellón anuales, un molino de seis ruedas».

Si al principio de la contienda podría entenderse que Asturias estaba perfectamente equipada en cuanto al armamento se refiere; en un corto espacio de tiempo las reservas se terminaron y los talleres no estaban en condiciones de mantener la producción. El arsenal de Oviedo era el cuarto de España en el número de fusiles, y el de Trubia, el tercero en granadas; pero las incursiones del populacho en varias ocasiones y la extracción, por parte de la Junta Central, dejaron las reservas vacías, sin olvidar las requisas de las tropas francesas, que se apoderaron de un número importante de ellas a partir de 1809. Los invasores sabían muy bien que en Trubia había existencias de material de guerra y al general Bonet le interesaba hacerse con él: «voy a procurar, por todos los medios transportar a Gijón, con destino a Santander, los proyectiles que se encuentran en la forja de Trubia, este transporte será, sin embargo, difícil y largo hasta Oviedo» por «no resultar inaccesible este establecimiento más que por un puente que fue arrastrado y no puede ser establecido, siendo, al mismo tiempo la corriente muy rápida para la navegación». Por febrero de 1811, ya se habían evacuado una parte de los proyectiles de la forja de Trubia.

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La Voz del Trubia