Publicado el: 24 Ago 2023

Pensar palabras a la sombra

Plácido Rodríguez

Fue en una tarde de primavera, una de esas tardes en las que este desaliñado esqueleto se desperezaba, boca arriba, sin ningún tipo de mesura pedagógica ni rigor protocolario en un banco del parque. Sin duda el contrapunto a la felicidad que produce lo intrascendente lo puso una mente reaccionaria que paseaba cerca de mí con aire circunspecto. Percibí la crítica. Reprochaba en voz baja la osadía de que me sintiese feliz bajo la luz que penetraba con delicadeza a través de las copas de los árboles.

El Sol calentaba sin ofender, con esa suavidad termodinámica que levanta el ánimo de las flores y las hace enfrentarse a la impertinencia de los negacionistas y el rugir de las máquinas desbrozadoras. Esa tarde pensé en siete palabras. Me gusta hacerlo en esa frecuencia: vital, crítica, a veces descorazonadora. Los siete pecados capitales, los siete días de la semana, las siete notas musicales, las siete vidas del gato…

Y pensé, o más bien divagué con: “siempre”, “nunca”, “a veces”, “todo”, “nada”, “algo”, “bastante”. Mi mente se acopló al estado de relajación corpórea para sugerir algunas cavilaciones más propias del ímpetu primaveral que de la reflexión ordenada que marca el calendario. Fue algo fútil y consistente a la vez, algo vano pero también capaz, creo que fue algo así…

Siempre: ni existe ni se recomienda.

Nunca: dinamita el futuro.

A veces: da significado a los momentos, y se comporta como un artista callejero que consigue erizarte la piel cuando respiras libre de contaminantes.

Todo y nada: son inquisidores.

Algo y bastante: dan cobertura a los que trabajan, se abrazan y lloran, como almas que perdieron al póker en una mala racha.

Meses más tarde la secuencia de las palabras recobró vida, cuando el contubernio electoral, con su miscelánea de colores, acabó vomitando un gris plomizo.

Tal vez por eso pensé en la importancia de aquella secuencia, también cuando se usa en política. Al igual que en cualquier convivencia doméstica, la política tendría que servir para relajar la crispación social que nos aboca a la provocación constante y a la falta de entendimiento. Por eso volví a imaginarme en aquel banco, con la misma luz, con las mismas palabras, aunque esta vez sin la crítica rancia.

Así resolví que Nunca debería de penalizarse porque se utiliza para dinamitar el futuro de los disidentes.

Que Siempre no debería permitirse, porque sirve para perpetuarse en el cargo y perdurar el enfrentamiento.

Que Todo y nada son inquisidores de los argumentos.

Que A veces, Algo, Bastante, son algunos de los conectores más auténticos, los que dan un significado más real al asentamiento estático de las ideologías y de los intereses que promueven.

Es por eso que, cuando se retomen pactos y acusaciones, una vez se recrudezca el lenguaje y la soez manipulación de las palabras incremente la profunda brecha política, tal vez este atribulado esqueleto se vuelva a recostar en aquel banco del parque, a la espera de divagar, sin prisa, una tarde soleada de agosto.

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