Carlos Vicente León Jiménez
Activista del movimiento memorialista de Grau
Como réplica al artículo de opinión de Rafael Vázquez del 26 de septiembre, quisiera ensayar algunas opiniones a las preguntas retóricas que dejó insinuadas como respuestas, y lo haré partiendo de tres premisas convencionales.
La primera es que “Verdad, justicia y reparación” no es un invento de la ley española de Memoria Democrática. Es un protocolo internacional establecido por Naciones Unidas para superar conflictos en los que se han producido violaciones graves de los derechos humanos, así como violaciones flagrantes del derecho internacional humanitario, es decir, para reconciliar y garantizar la no repetición de tragedias. Se ha aplicado en muchos países donde se han producido conflictos de ésta índole (Sudáfrica, Vietnam, Chile, Colombia, Irlanda del Norte, Ruanda, Argentina), y la Ley de Memoria Democrática lo intenta hacer en España, aunque muy tardíamente. La segunda premisa es que la memoria no es Historia. La memoria es individual o colectiva, pero parcial y subjetiva. La historiografía académica, en cambio, aplica un método intelectual para aproximarse a la interpretación correcta del pasado de las sociedades o de determinados grupos sociales que admiten, por sus hechos, análisis diferenciado (políticos, campesinos, trabajadores, esclavos, mujeres, religiosos, judíos, minorías, etc.), y lo hace a partir de hechos contrastados procedentes de las memorias contestadas, de las estadísticas, de los documentos, de restos arqueológicos y de otras fuentes, y permanece en revisión-perfeccionamiento constante. La tercera premisa es que la democracia es un sistema político mediante el que la sociedad organiza la vida en comunidad desde el principio de la soberanía popular, ejercida mediante el voto libre y directo en un régimen de derechos y libertades. Es un proceso emancipador de la humanidad que ha costado siglos y vidas, y que supera moralmente a la autocracia, que es el sistema que ha imperado en la Historia y que aún domina la mayor parte del mundo.
Conjuguemos estas tres premisas para responder las preguntas que se dirigían a los gobernantes, y que en realidad debe contestar la ciudadanía, de quienes los gobernantes recogen las inquietudes para expresarlas en normativas. El paradigma con el que debemos identificar a las víctimas es la violación de sus derechos humanos a la luz del derecho internacional. Desde este punto de vista, el movimiento memorialista reivindica a todas las víctimas, y no confronta bandos. En el acto de Grado que se refiere se reparó tanto a víctimas republicanas como a franquistas, sin ninguna distinción.
Pero empecemos por “la verdad”. Los represaliados por el bando republicano se conocieron y dignificaron desde el primer momento; ni una sola víctima dejó de identificarse y tener luto y sepultura; Paracuellos se convirtió, de hecho, en un cementerio-memorial. Bien está. Los represaliados por el bando franquista permanecen, 87 años después, sin nombre, en cunetas y fosas comunes, y sin duelo sus familias. Son además quienes sufrieron persecución por defender la democracia, por lo que dejarlos silenciados, habiendo hoy triunfado la democracia sobre la autocracia que los victimizó, resulta un contrasentido moral.
Sigamos por “la justicia”. La ley se basa en principios internacionales y no distingue entre bandos en tanto que víctimas pero, como es lógico, trata de promover el conocimiento y reconocimiento de los que aún permanecen en el anonimato, y de sacar de las fosas a las 114.000 víctimas que convertían a España en un país absurdamente subdesarrollado respecto del cumplimiento de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario.
Finalmente, la reparación es sanadora tanto para quien la imparte como para quien la recibe. Hablamos de hijos que vivieron el desprecio y la humillación después de ver asesinados, fusilados, encarcelados o sancionados a sus padres, y de nietos que quieren hoy resarcir tanto dolor. Cuando más cuanto que, viendo hoy la justificación de los delitos a la luz del Derecho Humanitario, las victimas no solo quedan exoneradas de toda culpa, sino que quedan honradas.
Pero vamos al nudo gordiano del disenso: la derecha española se opone a realizar un proceso de memoria y aboga por el olvido; ¿por qué?. Mi interpretación es que la derecha democrática en España, a diferencia de la de Europa, procede directamente del autoritarismo-franquismo (parte de esa derecha aún lo reivindica abiertamente) y, por eso, no puede renegar de él: renegaría de sus padres fundadores, jerarcas todos del régimen. El falangismo franquista venció, a diferencia del nazismo alemán o del fascismo italiano, y el régimen golpista (no confundir con un movimiento revolucionario), autoritario y criminal originario se fue transformando, tras abandonar los idearios de autarquía fascistoides, en un desarrollismo de bienestar más o menos llevadero, siempre que uno no se “significara” políticamente. La derecha española, que ha pagado su tributo de democracia, como los demás, en la lucha contra el terrorismo, debería desvincularse sin complejos de su herencia franquista, y no seguir pretendiendo ocultar su mal entendida mala conciencia negando el conocimiento de la verdad, la justicia y la reparación de quienes pagaron su última contribución para con la Democracia postergando su reconocimiento para garantizar la Transición. Como señala el memorialista uruguayo Jorge Majfud Albernaz, “No somos responsables de los crímenes de nuestros antepasados, pero somos responsables de adoptarlos como propios al negarlos o justificarlos”.
En todo caso, este mal entendido pecado original de la derecha española no puede postergar el proceso de verdad, justicia y reparación para con las víctimas pendientes de resarcimiento. Desde el movimiento memorialista queremos conocer a los que faltan, sepultar a los que faltan, dignificarlos a todos. Hoy ya no hay bandos, ni guerracivilismo, ni vencedores ni vencidos ni, por tanto, deseos de revancha, de reabrir heridas o de buscar venganzas. Hoy convivimos en la discrepancia y en libertad porque “todos” somos demócratas …. ¿o no?
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