‘El Súper de Esther’, el primer autoservicio del concejo, abrió hace medio siglo en el edificio Camposol, y tras cuatro generaciones Margarita García Membiela y su hija Natalia bajan la persiana

Nando F. Arias/ Grao

En la década de los años setenta del pasado siglo podíamos contabilizar en Grao casi medio centenar de tiendas de alimentación o tiendas de barrio como gustaba denominar a los lugareños. A estas debemos sumar más de una docena de bares tienda diseminadas por todo el concejo. Una decena de carnicerías, tres pescaderías más la pública y siete panaderías formaban el entramado alimenticio del concejo de Grao que empleaban directamente a más de cien personas y mantenían a casi medio millar de ciudadanos.

Las Calles Nuevas era como si dijésemos la quinta avenida del comercio moscón. En ambos márgenes de la rúa abrían sus puertas, diariamente, todo tipo de negocios: Alimentación, Carbonerías, peluquerías, bares, panaderías, zapaterías, sastrerías, funerarias, talleres de bicicletas, etc.

Otra importante zona comercial de la villa se ubicaba en las Dos Vías donde se concentraban garajes de coches mecánicos y de chapa, tintorerías, gasolinera, bares y como no alimentación. Grao se podía asegurar que era centro comercial y financiero de la comarca.

Por estos años setenta se construye el Edificio Camposol. Un edificio que sorprendió a la población de Grao por su altura y modernidad pues, no me quisiera equivocar, fue el primer edificio de la villa dotado de ascensores.

En uno de sus bajos María Esther Membiela García y su esposo Armando García Cuervo abren un moderno comercio de alimentación novedoso por su sistema  de venta, poco conocido en la villa, denominado “El Súper de Esther”. Lo de super le venía por una innovación de venta al público poco conocida en la villa consistente en el autoservicio y pago en una caja al salir.

Era habitual ver en el establecimiento, colaborando en la atención al público bien en caja o la reposición de mercancías en las estanterías, a dos entrañables personajes, Faustino Membiela Peláez y Josefa García Alonso, padres de Esther.

Armando, polifacético él, alternaba la colaboración en la tienda con otra profesión que le hizo ganar las simpatías del pueblo de Grao pues era el portero de “manga ancha” del afamado cine local “El Rada” en el que trabajaba desde su inauguración allá por el año 1957 junto con su compañero y entrañable amigo Claudio (mi padre) con el mantuvo una estrecha amistad hasta su fallecimiento.  Digo lo de “manga ancha” porque, en aquella época cuando el régimen en el poder mantenía una censura férrea sobre los espectáculos públicos, Armando hacía la vista gorda a la hora de permitirnos la entrada aquellos aún imberbes chavalucos a ver películas de mayores de 18 años (clasificación civil) y de 4R con Reparos (clasificación eclesiástica) por lo que se ganó el cariño y el reconocimiento de la amordazada juventud a de la época.

En Castañeo en su domicilio habitual Armando, ayudado por Esther, dedicaba su escaso tiempo libre a la agricultura en una tierra de su propiedad que producía excelentes hortalizas que luego comercializaban en el ya afamado “Súper de Esther”

La época de la cartilla de racionamiento de la posguerra ya había quedado atrás pero aun las necesidades de las familias eran habituales y ello conlleva a que, en algunas de estas “tiendas de barrio”, existiese la “libreta” que no era más que el lugar donde se apuntaban las compras diarias para, al final de mes, cuando la raquítica nómina entraba en casa, saldar la cuenta y vuelta a empezar al mes siguiente. Reconocimiento a estos comerciantes que se puede afirmar paliaron el hambre de muchas familias en tiempos difíciles. No solo por sistema de pago sino también porque, en alguna ocasión, conocedores de las dificultades de algunas familias la libreta “accidentalmente” se volvía ilegible por circunstancias “paranormales”.

Margarita García Membiela sucede a sus padres en la regencia del negocio con la colaboración de su hija Natalia Vegas García completándose con ella la cuarta generación dedicada al negocio y son ellas las que tras más de cinco décadas se ven obligadas a bajar la persiana definitivamente

Cuentan como anécdotas de estos años que en cierta ocasión observaban cómo iba en aumento el consumo de Wiski DIC lo que los llevo a sospechar que algo raro estaba pasando hasta que, un día, descubren que un grupo de jóvenes espabilados entraban al almacén por una ventana y se llevaban el tan español licor. Cabe decir que quizás fueran los precursores del botellón.

La llegada de la tecnología, cámaras de vigilancia, les permitió un minucioso control de las estanterías lo que les facilitó cazar infraganti a algún cliente aprovechado que fue recriminado en su momento ya que según comenta Marga “no era por necesidad, era por vicio, si fuese por lo primero hacíamos la vista gorda como pasó en múltiples ocasiones ya que éramos conscientes de los apuros que pasaba el sujeto»

Ahora tras más de cincuenta años, la avasalladora competencia de los grandes centros comerciales regionales y grandes supermercados locales dan al traste con estos familiares y entrañables comercios de trato agradable y familiar quedando en el concejo no llega a media docena de estos establecimientos que lamentablemente llevan camino a desparecer.