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Lila es la letra dura y libre

 

Diego Medrano

[Ese Oviedo golfo]

La golfemia de la calle de la Lila siempre fue parpadeante, constante, negra y muy divertida. En los bajos las sidrerías bohemias –Muñiz a la cabeza- con mucho vaso y voces de periodistas alcohólicos, periodistas voceras, mártires de la letra impresa y el folio arrugado, los últimos grandes periodistas de libreta, tal vez. La Voz de Asturias, en el centro, traía el río: todos, ya en la modernidad, soldados de Faustino Fernández Álvarez, soldados de Lorenzo Cordero, rojos y no bolcheviques, mucha bota de vino, mucha cuenca minera dentro, mucha barba leída y trenca con capucha y pipa apagada y encendida.

En los altos de la Lila, el centro médico de los comatosos etílicos con el número y guardando fila, frente aquel desguace tan simpático, primero discoteca de moda, luego desguace, finalmente boite o after o vete a saber. Viejas enredando con la lengua en bocas abiertas de jóvenes con sabor albaricoque, bocas rojas del mismo sexo y en la misma endodoncia, albañiles con la caña tendida, mineros con la caña tendida, obreros con la caña tendida, viudas felices y dueñas de la risotada, mucho humo en tiempos sin humo, mucha garrafa. Luego, sí, un tránsito constante, el que subía de Pumarín/Milán/Teatinos a paso ligero y con hambre encendida de vida, el que bajaba rendido de la parte alta y vieja, hecho polvo, cansado, vencido, roto, con mucha ganas de sábanas limpias y desayuno caliente, con muchas ganas de agua del grifo y una vitualla casera. Entre los que suben y bajan, los inmóviles, los bingueros y las bingueras, sin un duro, sin una perra gorda, desnortados, hartos de dar vueltas y vueltas al caballito de sueños en Longoria Carbajal, todavía con un cartón en la mente y unos números sin suerte en el corazón, afeitados por el desastre.

Qué periodistas aquellos del trago y el bolígrafo blando, el Tirantes en coma etílico frente a los bancos de entrada de La Voz, aquel director con la botella dorada de whisky en el primer cajón, juntaletras añejos, alucinados de la letra porque la Olivetti era el despertador y no por otra cosa, ojeras hasta los talones, lágrimas de risa como melones. Muchos charcos en la Lila, negros y blancos, incluso elitistas que bajaban de aquel antro, el Windsor, el dedo meñique estirado y copa de balón, blazer y dentadura postiza, alfombra persa y camisa azul a rayas. Cuántos en busca de putas por Salesas, Salesas por Elorza y por abajo, mientras contaban uno a uno los billetes rotos por la Lila. Una calle, al aire, que fue bulevar y sueño.

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