“El ganado y el campo es un trabajo duro y sacrificado”

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Esther Álvarez, ‘Abuela Campesina 2023’, dedica el título a las mujeres “anteriores, que aún trabajaron más”

Esther Álvarez, ‘Abuela Campesina 2023’ de Asturias / Foto Esther Martínez.

Esther Martínez / Las Regueras

La casa de Esther Álvarez siempre tiene la puerta abierta durante el día y por la noche se pueden ver varias ventanas con las luces encendidas hasta bien tarde. En los pueblos, estas señales se interpretan casi como un faro, que señala el lugar donde puedes pedir algún tipo de ayuda, conversar un rato o entrar a refugiarte del mal tiempo. No en vano Ca Cachaza, en Valsera, donde Esther vive desde hace 51 años, está situada al pie del Camino Primitivo y hasta el año 1993 fue bar-tienda y eso quizá sigue invitando a los numerosos peregrinos a acercarse a la puerta y pedir un café o un trago de agua.

“Si yo volviera ahora a tener 30 años, no peleaba más con ganado, que es muy duro y sacrificado; abría un negocio relacionado con el Camino de Santiago.”, asegura la Abuela Campesina 2023, elegida por la Asociación de Mujeres Campesinas de Asturias (AMCA), que añade que desde que cerró el bar, fue creciendo el paso de romeros a Compostela, por esta primera etapa del Primitivo.

Nacida en Cenizal (Llanera), tenía 19 años cuando se casó con Mario Puerma, y se instalaron en Valsera, para vivir a la casa de él, donde residía también su madre y su abuela. “Era muy joven, pero aprendí enseguida. Cocinar no sabía mucho, pero de la tierra casi todo. En la casa donde nací, mi familia se dedicada al campo y así aprendí casi todo de la tierra y del ganado. Era una chavalina cuando llegué a esta casa de Valsera, y a cocinar aprendí con mi suegra. Nos encargábamos además del ganado, de un pequeño negocio familiar de ultramarinos y bar y mi suegra era gran cocinera. Ella me enseñó y llegué a tener buena mano para muchos platos, especialmente el conejo guisado”.

Ca Cachaza es en estos tiempos un lugar de esos que ya no quedan en los pueblos. Todos los días del año, al atardecer, se reúnen los vecinos para charlar, tomar café y lo que se tercie. La amplia cocina y la mesa que la preside, con grandes bancadas de madera, da fe de que ese lugar es frecuentado por mucha gente, de que allí se vive la tradición campesina de relacionarse, poner en común lo que pasa y contarse el día a día.

“Nos gusta hablar de lo que nos pasa a diario, de que todos sepamos de todos, de quien está enfermo y de la vida en general”.

No se imaginaba que ella pudiera recibir esta distinción tan prestigiosa en Asturias, que alcanza este año su trigésimo tercera edición. “Estoy muy contenta de recibir este premio y mucha gente me felicita. Yo trabajé lo mío pero nada comparado con las anteriores, por eso para mí este premio es el reconocimiento a todas ellas”.

Esther Álvarez pertenece a esa generación que lleva el título de ‘campesina’ como un emblema.

No hay nadie en Las Regueras que al pensar en los méritos que tiene esta mujer para ostentar el galardón, no la recuerde durante toda su vida laboral, arreando un rebaño de vacas por la carretera entre su casa y la capilla de Fátima, lugar de parada de muchos peregrinos y que hace pocos años estuvo casi en ruinas. Y ahí el pueblo entero comenzó una campaña para recuperarla, y esa labor llevó a Esther y a sus vecinos, puerta por puerta por todo el concejo, recaudando fondos para rescatarla. Por eso desde entonces los peregrinos encuentran siempre la puerta de la capilla abierta. De su matrimonio, Esther y su marido tuvieron una única hija, Sandra, que está casada y tiene dos hijas y todos conviven en la misma casa.

“Cuando Sandra nació compramos el primer coche, cuando empezó al instituto, yo saqué el carnet de conducir para llevarla a Oviedo, después tuvimos tractor, segadora y algunas comodidades, pero ¡qué dura la vida en el campo, qué manera de trabajar y cuántas veces volvimos a empezar de la nada!. Como un año que después de que en una campaña de saneamiento, todas las vacas tuvieron que ser sacrificadas por enfermedad”, afirma Esther Álvarez.

Durante la entrevista comienza a oscurecer y los primeros vecinos comienzan a llegar a preguntarle qué le dijo el médico hoy, ya que estos días se recupera de una pequeña intervención en un pie.

Su nieta mayor estudia Medicina y la pequeña aún está en el instituto, y la abuela campesina, piensa que se alegra de que las mujeres estén bien formadas y que “no sean nunca esclavas de nadie, que decidan lo que quieren y lo que no quieren, aunque yo no tengo queja porque mis padres nunca fueron autoritarios y tuve bastante libertad, pero siempre estábamos más atadas”, concluye reflexionando sobre el papel que les tocó desempeñar a lo largo de tantos años, que era el de cuidadora. Esther comenzó cuidando a una prima a la edad de nueve años, luego cuidó a sus padres, a su suegra, a su marido, a su hija y ahora felizmente se ocupa de que a María y Covadonga, sus nietas, no les falte de nada. “Ellas que estudien que yo ya les preparo comida o ropa y las ayudo en lo que me pidan, mientras sus padres están trabajando, yo me siento útil, ayudando”.

El 5 de noviembre algo más de doscientas cincuenta personas llegadas de todas partes de Asturias homenajearán en un restaurante de Llanera a Esther Álvarez Suárez, por tantos años dedicada a cuidar, cultivar la tierra, la amistad y la buena vecindad.

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