“La montaña me sacó del infierno”

Félix O., ex toxicómano afincado en Salas, logró superar sus adicciones gracias al esfuerzo y la naturaleza y casi pierde la vida al extraviarse en la niebla

Félix en la cima.

Manolo Jiménez / Salas

Empezó por necesidad un poco como terapia y “huyendo de algo”. Una forma de escapar de su hábitat rutinario, los bares o lo que es lo mismo, sus vicios. Ingresó en un centro de rehabilitación, donde puso todo su empeño para superar sus drogodependencias. El deporte fue una tabla de salvación en mitad de la tormenta. “Empecé caminando, como todo el mundo, pequeña rutas o senderos hasta que apareció ante mi la oportunidad de hacer el Camino de Santiago. A raíz de éso me sentí tan bien que al acabarlo me deprimí por haber concluido. Conocí a una amiga de Bilbao y me habló de Goritz, un refugio del Parque Natural de Ordesa en Huesca. Necesitaba más, la naturaleza me atrajo tanto que a los dos día ya estaba planeando abordar los Pirineos. Al poco tiempo estaba ascendiendo a Goritz y al día siguiente a Monte Perdido.”

Nacido para el ascenso

En pocas horas, sin experiencia, había ascendido a dos cumbres míticas del montañismo nacional, de más de 3.000 metros de altitud. “Cogí unas viejas botas Boreal y una vara de avellano y atravesé con ello la Escupidera (una ladera de hielo considerada un punto negro de la cordillera pirenaica)”. Fruto de esa circunstancia percibió cierto desdén de parte de la experimentada prole de expedicionarios, poco después sorprendidos al ver a Félix coronar la cumbre. ¿Qué lleva a una persona recién salida de las adicciones a soportar la dura exigencia de la alta montaña?

“Desconozco de dónde proviene esa fuerza interior, quizás mi experiencia en altura como gruista y encofrador, no lo sé… lo que sí se es que el hombre tiene algo en su interior que le ayuda a salir de toda dificultad. Con paz interior se sortea cualquier obstáculo que te ponga la vida”.

Todo empezó cuando con 14 años conoció su primera experiencia con el alcohol. En su etapa en el Ejército fue la cocaina otra de sus debilidades y con 23 años eclosionó. “Consumía todo tipo de drogas y necesitaba beber para soportar la jornada laboral”. Dicen los expertos que siempre hay un hecho, un día en el que nos damos cuenta que hemos tocado fondo. “Ese día fué cuando no pude suministrar a mi cuerpo mis cuatro chupitos de whisky o mi fila de coca y a duras penas logré terminar mi jornada laboral, con templores, irritabilidad, ansiedad…, ese día bajé a los infiernos”. Hasta los 25 años negó su adicción pero fué esa jornada marcada en rojo en el calendario de su vida cuando se registró el punto de inflexión.

Perderse para encontrarse

La cima Monte Perdido en la vida de nuestro protagonista es irónicamente el lugar donde Félix encontró su verdadero yo. “A raíz de mi experiencia catártica con la montaña sentí una sensación de liberación y frustración, una especie tambíén de sabor amargo, al darme cuenta del tiempo que había perdido a lo largo de mi vida.” Aquel ascenso a Monte Perdido sirvió para hallar de nuevo la plenitud, tras haber encontrado un nuevo sentido vital. Pero la esperanza es ávida y pide más ya que en el descenso conoció a dos montañeras que venían de recorrer los Andes. Fueron ellas quienes encadenaros un nuevo reto, proponiéndole hacer la cumbre del Taillón (3144m.), en la frontera hispano-francesa. “Nunca pensé que iba a poder afrontar tantas cumbres, sabía que no tenía miedo, ni nada que perder, pero tanto como para seguir el rastro de montañeros experimentados”.

Felix guarda un gran recuerdo de Salas, es sin duda su viaje a la infancia, una de las semeyas que duermen en el dulce arcón de su nostalgia. Aficionada a la pesca, y según afirman los expertos un gran pescador de trucha, cambió en la adolescencia su Mieres natal por la villa salense, su segunda casa. Un hijo adoptivo de la comarca que tras Ordesa registró un antes y un después en su ciclo vital. No sin riesgos ni peligros, no tanto de recaídas y debilidades, si no por la propia naturaleza del terreno: “Me preparo todo el año para escaparme un par de veces a Pirineos, sus aproximaciones (el tránsito gradual al pico a la cumbre) son hermosisimas, es tal la atracción que puedo decir que el vacío de la adicción me la ha cubierto la montaña”.

En su grupo de rehabilitación apenas 5 se mantienen “limpios”, sin recaídas, de un total de 30 que empezaron el tratamiento. “No tengo momentos de debilidad gracias a la liberación que me produce esta nueva vida. Sólo pienso en prepararme para afrontar nuevos retos, es un subidón de adrenalina. Esa sensación de satisfación la encuentro por ejemplo cuando llego al refugio de La Renclusa (Benasque) y me dicen que de 35 llegamos sólo 4 y el resto tuvieron que abandonar”.

Pero no siempre sus travesias son un camino de rosas: Uno de los míticos ascensos que todo montañero que se precie ha realizado es la subida al Aneto. Inolvidable para Félix fue el día que abordó precisamente esta cumbre, en agosto de 2021, contra la recomendación del propio guía del refugio con quien mantuvo un tenso intercambio de puntos de vista. A más de 30 grados de temperatura el hielo se solidifica, y ni corto ni perezoso con su famosa vara de avellano y unos pequeños crampones abordó el reto, cayendo en un glaciar por una ladera de cerca de 100 metros y siendo auxilido por un guía y dos montañeros con quienes, al contrario de regresar al punto 0 para curar las numerosas heridas producidaspor el accidente, continuó. Una vez más conseguirír acceder a lo más alto, tras sortear un paso entre glaciares letal cada año para decenas de caminantes.

“He cubierto el recorrido de las diez más altos de España: pero el momento más crítico, en el que temí por mi vida fue en el Valle de Bujaruelo. Lo que empezó como un día de sol finalizó con un mar de niebla que me desorientó. Me dirigí por un trazado desconocido, un cúmulo de circunstancias fruto de mi cabezonería. En vez de regresar continué y cuando me di cuenta estaba en un risco muy reducido sin tiempo para escapar de él, ni espacio para el rescate del helicóptero”. A tres grados bajo cero, una vez más su vida se encontraba al borde del abismo. “Encendí un cigarro, me tranquilicé y decidir taparme con el saco, con otro saco de emergencia plateado y bolsas, casi sin dormir por la noche para no moverme y caer al vacío por una pendiente de hielo”.

Esa noche transcurrió como su vida por momentos, oscura y fría, por el miedo a un destino desconocido. Unas estrecheces que no eran nuevas para Félix O. Por eso acostumbrado a ellas esperó el momento oportuno para levantarse y descender al día siguiente, ya no a los infiernos como en anteriores ocasiones sino al refugio que suele coexistir en cada valle de la montaña. “Si alguien está en una situación como la que yo sufrí, mirad hacia el cielo hacia la cumbre, nunca al vacío, jamás hacia abajo, no hacia atrás, la montaña quita vidas pero en mi caso me regaló una nueva esperanza, depende de tí”.

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