Los secaderos de tabaco de Láneo

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La vega del Narcea fue espacio habitual de cultivo de la planta, tradición de la que quedan edificaciones que es preciso conservar

Uno de los secaderos de tabaco en Láneo, en Salas / Javier F. Granda

Javier F. Granda / Salas

Las fértiles vegas del Narcea han producido tabaco de calidad y como testimonio de esos cultivos quedan los secaderos ubicados en varias localizaciones, desde Láneo (Salas) a Villanueva (Belmonte de Miranda) o Quinzanas (Pravia). Como ejemplo se muestra ‘el secadero de arriba’ que se encuentra en la aldea de Láneo, propiedad actualmente de Francisco Fernández Suárez, Paco Valle, quien conoció con detalle los pormenores del cultivo desde niño cuando el tabaco se producía para autoconsumo y para algún trueque por las familias de la aldea. El tabaco en esta vega había sido introducido por algún indiano en el siglo XIX y se cultivaban variedades que fueron mejoradas por las semillas que llegaron de Méjico en el siglo XX de mano de Benigno Fojaco. A partir de entonces el cultivo fue evolucionando, perfeccionándose técnicamente hasta fijar un nuevo manejo dentro de los secaderos que se construyeron en los primeros años sesenta por la compañía holandesa Mont-Tabac que introduce, a su vez, nuevas variedades más rentables. En las entrevistas recogidas en el documental ‘El cultivo del tabaco en la Vega del Narcea’ (2016) se pueden conocer muchos aspectos del manejo y comercialización de la planta del tabaco que servía de importante complemento a la economía agraria de la zona junto a otras producciones como la de la faba o la ganadera. En los últimos años de la década de los ochenta y primeros noventa se data el final de la comercialización de esta producción a la Tabacalera de Gijón, abandonándose a partir de entonces el cultivo.

Aun los vecinos producen algunas variedades por nostalgia del pasado. Se cultivaba un tabaco que se empleaba como capa (exterior), capote y tripa (interior) del cigarro. Otro de los propietarios de un segundo secadero en la misma vega de Láneo, el secadero de abajo, es Antonio Díaz González, Antón de Marcelo, que también relata las diferentes formas de cultivo a lo largo del tiempo. Estos secaderos, que responden a una tipología industrial de diseño holandés, están incluidos en el Inventario del Patrimonio Arquitectónico Asturiano. Son edificios de planta rectangular muy alargada o longitudinal, con estructura en columnas de ladrillo reforzadas con hormigón armado como contrafuerte en el interior, o directamente de hormigón armado, con cierre de muro ciego de ladrillo y cubierta sobre armaduras de madera a dos aguas sobre las que se fijaban planchas de uralita. Sobre la cumbrera una estructura alta para respiradero también a dos aguas cerrada con tablillas separadas, recorre longitudinalmente toda la nave, facilitando la circulación del aire que ascendía desde los vanos en forma de compuertas abatibles en madera, colocadas a ras de suelo en sendos laterales, para forzar la circulación vertical y favorecer el secado de la planta que se insertaba en bastidores colgados de las riostras alternas también en hormigón armado que sirven a su vez para amarrar desde el interior la estructura a los pilares sustentantes. Los accesos se realizan mediante portones de madera de dos hojas que se ubican en los extremos. Una vez estos edificios quedaron en desuso se emplearon como almacenes agropecuarios para otros cultivos y guarda de maquinara y aperos. Son edificaciones sencillas y estilizadas, muy interesantes, que ocupan una gran superficie y que bien podrían servir además de los usos que hoy se hace de ellas, para la interpretación y difusión de unas técnicas de cultivo que se han extinguido y que llaman la atención a quienes desconocen la producción tabaquera que se realizó en Asturias durante el pasado siglo XX. Lo que sí es claro es que su preservación debe fijarse como esencial, dotando de ayudas a los propietarios actuales para su mantenimiento y conservación.

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