El IES Valdés Salas y las generaciones

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En sus 54 años al servicio de la educación en la comarca el instituto ha marcado vidas y ha sido tan amado como aborrecido

El IES Arzobispo Valdés Salas/ Javier F. Granda

Javier F. Granda/ Salas

Si cada edificio guarda una historia de la vida privada de quien lo habita, si estas vidas privadas, en ocasiones, tienen la capacidad de sorprendernos, ¿qué podemos pensar de todo lo que acontece dentro de una comunidad educativa como la del IES Arzobispo Valdés-Salas? Un instituto que está en la base de todas y cada una de las generaciones que por allí han pasado en los 54 años ininterrumpidos de puertas abiertas al servicio de la educación en la comarca, y que ha marcado el destino de muchos, permaneciendo, además, como huella imborrable en sus memorias. Quien haya sido alumno lo habrá aborrecido tanto como amado, y lo habrá echado de menos en muchos momentos de su vida, porque en él se ha vivido con intensidad en lo académico y en lo personal. Generaciones de alumnos pero también de profesores, en esa imbricada red de relaciones que se da en cualquier centro educativo, han conformado ese referente para quienes han participado de las mismas experiencias. Y son muchos los estudiantes, los profesores y las amistades que se fraguan en secundaria, de manera espontánea y natural, por las rutinas que conlleva la inmersión académica. Recientemente, en un grupo de antiguos alumnos, he comprobado que una de las mejores experiencias que uno guarda de su vida, pasa por el instituto. Porque hemos sido muy permeables en una edad crucial, no solo al conocimiento que emana del estudio, sino al cultivo de las relaciones humanas, a la amistad, incluso a la hermandad entre iguales. Aunque todos diferentes, es indudable que la convivencia a lo largo de un curso escolar, genera vínculos que el tiempo nunca llega a disolver. El párroco Luis Iglesias Rodríguez, cronista oficial que fuera de Salas y profesor en este centro, indica en su libro Historia del Concejo de Salas (1983), que en el año 1969 “se estableció en la villa la Sección Delegada de Instituto, la cual en 1974 se convirtió en instituto independiente con el nombre de Instituto Nacional de Bachillerato Arzobispo Valdés Salas. A él asisten alumnos de los concejos de Salas, Belmonte y Somiedo, estando establecidos los servicios de comedor y transporte”. En sus primeros años el instituto experimentó una afluencia desbordante y sus matrículas se cuantificaban en unos quinientos estudiantes para descender gradualmente hasta la actualidad, situándose por debajo de los 175 alumnos matriculados. Este edificio, hoy en parte desvirtuado por las transformaciones y ampliaciones que fue experimentando a lo largo del tiempo para adaptarse a las nuevas necesidades, llevadas a cabo seguramente con buenas intenciones y no pocas limitaciones presupuestarias, es un modelo racionalista que se adapta con dificultades a la climatología asturiana. Un edificio que, salvando las distancias, siempre me ha recordado las trazas de Villa Saboya de Le Corbusier, cuando el aulario principal se encontraba sobre pilotes metálicos. Compuesto de tres cuerpos, grosso modo: uno destinado a sala de profesores, aulario, biblioteca, laboratorios, comedores y conserjería; otro de servicios administrativos y vivienda del bedel, y un tercero de espacios deportivos; conectados todos por un corredor cubierto. Con el paso del tiempo algunos de estos módulos se irían transformando para nuevos usos. Algunos volúmenes, que en su día eran predominantemente diáfanos, han sido modificados, primando la funcionalidad sobre lo estético al superponerse soluciones poco meditadas. Este edificio cuenta con un pasado corto pero abrumador a sus espaldas, que se propaga en forma de vivencias y memoria colectiva por quienes han pasado por sus aulas. Ha sido, y es, un edificio de referencia para muchos y un espacio intensamente vivido.

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