Publicado el: 13 Ene 2024

La Escuela de Aprendices, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar

La Escuela de Aprendices de Trubia/ Archivo de Valentín Álvarez

 

Roberto Suárez Menéndez

En 2024 la Escuela de Formación Profesional Obrera cumplirá 180 años y si nos referimos a la otrora denominada Real Fábrica de Municiones Gruesas de Trubia, entonces estamos antes el 232 aniversario del proyecto de su creación. Es la primera fecha la que está sometida a cierta controversia. Para unos, el arranque de aquella se produce cuando, nuestro siempre recordado, Francisco Antonio de Elorza y Aguirre (1798-1873) la creó, empezando a funcionar el siete de enero de 1850; ahora bien, si seguimos el relato del Maestro Campa Velasco en sus Memorias del Maestro D. Antonio Campa Velasco, ésta arranca tímidamente en 1844 a raíz de la llegada de los primeros maestros extranjeros, cuando Elorza seleccionó a tres o cuatro muchachos con trece años cumplidos «y el Sr. Elorza nos colocó en los trabajos de la fábrica con un real de jornal», prometiéndoles que en cuanto llegasen los maestros extranjeros contratados los colocaría de aprendices de éstos. Don Antonio Campa fue uno de esos tres o cuatro muchachos a los que puso bajo la tutela de los capitanes de artillería y primeros profesores Víctor Marina, Eliseo Lóriga y Doroteo Ulloa, en tanto que los maestros u operarios extranjeros que iban llegando dirigían las prácticas. Con el paso del tiempo comenzaron a trabajar en unas condiciones más ventajosas: «el contrato era por 10 años, nos concedía casa gratis, asistencia facultativa, 5 reales diarios en caso de enfermedad y si no hubiera en limas se nos emplearía en otros trabajos con un jornal de 7 reales y que el contrato se tendría en cuenta para los efectos de retiro». Como nos relata Campa Velasco en conversación con Elorza, estaba claro cuál era su ideario: «yo no quiero obreros solamente para Trubia, quiero crear un plantel de obreros que lo mismo que vienen aquí maestros extranjeros sean los de aquí quienes los reemplacen en todas las dependencias del Cuerpo, y en cuanto yo tenga obreros que desempeñen funciones de maestros, mandaré los extranjeros a sus países tan pronto terminen sus contratos». Más aún, aspiraba a que con el tiempo pudiesen «sustituir una práctica determinada, una educación artística más amplia concurriendo así en común con tales precedentes al desarrollo positivo y perfección mayor de la industria del país, y reportando en particular los incalculables beneficios que les proporciona una instrucción teórica de tanto valor para los adelantos en cualquier arte y consiguiente ventaja de cada individuo en su respectiva profesión». Y, para reafirmarnos, otra noticia nos la ofrece Pascual Madoz en su famoso diccionario, en los párrafos dedicados a la fábrica de Trubia deja constancia que «desde el mes de enero de 1850 se establecerán por la noche clases de geometría, mecánica y dibujo aplicado a las artes, para la instrucción de los obreros; siendo condición expresa en todos los que se contratan actualmente la asistencia a estas clases, tan luego como se establezcan en la fábrica» [sic].

Por otro lado, si hacemos caso a la Dirección General de Industria y Material cuando se crea el «Premio Elorza», dice en su literalidad: «para conmemorar el primer centenario de la creación en la Fábrica de Trubia de la primera Escuela de Formación Profesional Obrera que se fundó en España en 1844, y, para honrar la memoria de su fundador General de Artillería D. Francisco Elorza (…) se crea en todas las Escuelas de Formación Profesional Obrera en los Establecimientos de Industria Militar, un premio anual, que se denominará “Premio Elorza” (…)». Con esto creemos haber despejado la incógnita y podemos afirmar categóricamente que ha sido la primera del mundo, por delante de Siemens Halke (Alemania), con la que rivalizábamos y que comenzó en 1849.

Anteriormente, en España algunos hombres ilustrados como Pedro Rodríguez de Campomanes o Gaspar Melchor de Jovellanos optaron en sus tiempos por ir alejándose de los modelos de aprendizaje del pasado —un sistema monopolístico encubierto—, defendiendo la adopción de una educación de corte científico y técnico que constituyera una vía para el desarrollo económico del país, y a su vez le dotara de unos ciudadanos correctamente formados. El primero se convertiría en el principal adalid de la nueva mentalidad, al que se sumará el segundo y la sociedad.

Las primeras manifestaciones que hubo en el contexto del cuerpo de Artillería, en relación con la promoción y protección social se llevaron a cabo para facilitar la vida y condiciones profesionales de sus componentes y familiares, entre los que se incluía el personal civil que trabajaba en los establecimientos dirigidos por los artilleros.

Otro punto interesante a tener en cuenta, la denominada entonces «Acción social», concepto que siempre estuvo muy presente en las relaciones laborales de los establecimientos artilleros. Se trataba en realidad de una serie de actividades y gestiones destinadas a la promoción de la mejora asistencial, y condiciones económicas y sociales del personal obrero. Esto incluía asuntos tan diversos como proporcionar o facilitar al personal viviendas, escuelas de primeras letras y comedores escolares para sus hijos, bibliotecas, cooperativas, economatos, etc. En este mismo contexto también se hacía referencia de forma indirecta a la protección social, en el sentido de facilitar o favorecer prestaciones a través de la organización de sociedades de socorros mutuos, asistencia sanitaria gratuita a cargo de médicos militares, ayudas por viudedad u orfandad, derechos pasivos, etc.

El personal militar y civil destinado en los establecimientos industriales dirigidos por el cuerpo de Artillería dispuso, en función de los años de servicios y otras circunstancias, de unas condiciones laborales muy avanzadas y adecuadas para el entorno y época en las que se encontraban.

Desde aproximadamente mediados del siglo XVIII hasta el segundo tercio del XX, tanto en lo económico como en lo facultativo, la dirección de la mayor parte de los establecimientos que integraban la industria militar era llevada a cabo por jefes y oficiales de Artillería, si bien, su administración, en función de la época, era intervenida por comisarios, pagadores y un encargado de efectos pertenecientes al Cuerpo conocido como por «Ministerio de Cuenta y Razón de Artillería», que más tarde se integraría en el de la Administración Militar.

Puede afirmarse que, en el ámbito de la promoción social, la formación profesional obrera fue la cuestión más compleja y trascendental en la que se vio envuelto el cuerpo de Artillería.

Hay que entender aquí por formación profesional aquella que está directamente relacionada con el desarrollo de una profesión u oficio determinado. En este sentido, habrá que tener en cuenta que este tipo de educación está referida sólo al «nivel elemental de las enseñanzas técnicas industriales», no debiéndose tener en cuenta dentro de este concepto las de nivel medio o superior, que no pueden enmarcarse en las destinadas a los obreros, al igual que ocurre con otras profesiones y oficios que no están directamente relacionados con la industria.

En sus comienzos apenas si había locales y se usaron los talleres y en una fecha por concretar se usaron las aulas del edificio ubicado en la calle de subida hacia el Laboratorio, con el taller de prácticas en la parte inferior del mismo. Posteriormente, según Orden del día 14 de septiembre de 1959 y a partir del «próximo miércoles día 16, dará comienzo en la Nueva Escuela de F. Profesional Obrera de esta Fábrica, las clases del Curso de 1959-60». Nos estamos refiriendo al edificio que actualmente ocupa el IES de Trubia.

El cuerpo de Artillería contribuirá a mejorar esta situación, en gran medida gracias a la formación científica y técnica de su personal en materias tales como siderurgia, metalurgia, química, etc., que se impartían en su Colegio y Laboratorio de Química, de cuyos conocimientos se beneficiarían las industrias militares que estaban bajo su responsabilidad, incluyendo la formación de su personal laboral y Elorza constituirá uno de los ejemplos más notables de este modelo de «artillero-ingeniero», pero sobre todo despuntaría por su visión acerca de la importancia de instruir a los operarios en una especialidad desde su más temprana edad. De este modo se convertiría en el pionero en España gracias a los conocimientos adquiridos en universidades de Francia, Bélgica e Inglaterra y sus posteriores trabajos en las ferrerías de Manuel Agustín Heredia (Marbella, Málaga) y El Pedroso (Sevilla), donde se encontró con dificultades para disponer de una plantilla acorde a las necesidades.

Hablamos, por tanto, de un nuevo sistema de aprendizaje colectivo e institucionalizado y reglando escuelas donde se impartiera a los obreros una extensa formación teórico-práctica, científica y técnica más avanzada, que los formara y cualificara profesionalmente en un amplio abanico de oficios. Se iniciaba así un proceso de adecuación de la mano de obra a las nuevas necesidades industriales.

En los tiempos en que el general Fonsdeviela fue director «no ha perdonado medio alguno, incluso el de mandar obreros al extranjero a perfeccionarse en sus oficios, de estimular el adelanto intelectual y promover el bienestar material del obrero». Por su parte, al coronel Díaz Varela se le debe reconocer «que por tenaz empeño, está encariñado con la idea de educación e instruir a los aprendices, como en Trubia se les llama, y así se le ve con frecuencia inspeccionar las clases teóricas, las de dibujo y prácticas de taller; impone severa disciplina y examina con gran interés los estados de comportamiento y aplicación, que exige le presenten mensualmente los profesores», y por último, sabemos del teniente coronel Leandro Cubillo y Páramo, que «en medio del abrumador trabajo que pesa sobre él como jefe de labores de aquel vasto e importantísimo establecimiento, dedica preferentemente atención al problema de la educación industrial de la juventud obrera», «y suya es la idea (que creo existe) de reformar la Escuela de Artes y Oficios dotándola de amplios locales para las clases, de herramientas y maquinaria moderna y completa para la enseñanza, suya es la reforma del plan de estudios de la Escuela actual, suya la creación de clases de idiomas para los obreros estudiosos y suya es, por fin la idea de crear una biblioteca y salón de lectura donde el obrero se instruya y reste horas al vicio y a la holganza». No han sido los únicos, son un ejemplo.

Tenemos a nuestra disposición, entre otros, el Reglamento propuesto por la Junta Facultativa de la Fábrica y aprobado por la Superioridad, según circular de 23 de julio de 1891, en la que, en su articulado se hace constar «que la Escuela de aprendices tiene por objeto formar obreros instruidos y prácticos en los diversos oficios de la Fábrica». Los aprendices, en caso de ingresar como operarios, están obligados a trabajar en la fábrica al menos cinco años, además de los de aprendizaje; sufrirían el descuento del 25 por 100 durante todo el tiempo en que se les retiene como depósito en la caja del establecimiento, entregándoles el total de éste al finalizar los citados cinco años, pero perdiéndolo en el caso de no terminar los cinco años sin motivo justificado o dieran lugar a ser despedidos. Un detalle muy importante y que acredita la formación que recibían y la calidad del aprendizaje es detallar el cuadro de materias en los cuatro años de permanencia en la Escuela. A saber, en el primer año: aritmética y álgebra, dibujo y práctica de talleres. En el segundo, geometría, dibujo y práctica de talleres. El tercer año se incluye mecánica, dibujo y práctica de talleres y en el cuarto año: elementos de metalurgia, descriptiva (rectas y planos), dibujo y práctica de talleres. Por último, en los artículos 13 a 16 se detallan los exámenes y algunas concreciones interesantes.

Los aprendices, prácticamente todos hijos de maestros y obreros, tanto de plantilla fija como afiliados y eventuales, ingresaban en los talleres debiendo saber leer, escribir y con conocimientos de aritmética. De este modo, se encontraban en condiciones de adquirir la instrucción necesaria de sus especialidades, siempre que se les asistiera en su formación tanto práctica como teórica. En este contexto, se daba por hecho que si una ver finalizados los estudios, si les abandonaban perderían rápidamente el aprendizaje que se les había impartido, lo que implicaba que su aprovechamiento óptimo sería emplearlos a la mayor brevedad posible en un puesto de trabajo. Consideraban la educación y la enseñanza facetas descuidadas y además, con insuficientes aportaciones, dejándose notar sus efectos en la decadencia de las artes manuales. Fijar la atención en la industria implicaba, en su interpretación didáctica, primar los conocimientos de dos disciplinas con amplias posibilidades: las matemáticas y el dibujo.

Por todo lo expuesto, la importancia de esta educación queda reflejada en el sentido homenaje en el que estamos trabajando con más de 101 aprendices, a Elorza y a la Escuela de Artes y Oficios de Trubia y las muchas generaciones que salieron de ella no debe quedar en el olvido, al Cuerpo de Artillería y desde 1940 al Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción que prosiguió su labor, que los instruyó y educó al crear, mantener y fomentar constantemente esta Escuela —desaparecida en 1990— donde el obrero adquiría sólida instrucción y práctica, que le procura, poco a poco un modesto y honrado porvenir.

 

Comentarios:
  1. luis dice:

    Buen artículo sobre la mítica Escuela de Aprendices de Trubia. Mi padre fue alumno.

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