Personalizar las preferencias de consentimiento

Usamos cookies para ayudarle a navegar de manera eficiente y realizar ciertas funciones. Encontrará información detallada sobre cada una de las cookies bajo cada categoría de consentimiento a continuación.

Las cookies categorizadas como “Necesarias” se guardan en su navegador, ya que son esenciales para permitir las funcionalidades básicas del sitio web.... 

Siempre activas

Las cookies necesarias son cruciales para las funciones básicas del sitio web y el sitio web no funcionará de la forma prevista sin ellas.Estas cookies no almacenan ningún dato de identificación personal.

No hay cookies para mostrar.

Las cookies funcionales ayudan a realizar ciertas funcionalidades, como compartir el contenido del sitio web en plataformas de redes sociales, recopilar comentarios y otras características de terceros.

No hay cookies para mostrar.

Las cookies analíticas se utilizan para comprender cómo interactúan los visitantes con el sitio web. Estas cookies ayudan a proporcionar información sobre métricas el número de visitantes, el porcentaje de rebote, la fuente de tráfico, etc.

No hay cookies para mostrar.

Las cookies de rendimiento se utilizan para comprender y analizar los índices de rendimiento clave del sitio web, lo que ayuda a proporcionar una mejor experiencia de usuario para los visitantes.

No hay cookies para mostrar.

Las cookies publicitarias se utilizan para entregar a los visitantes anuncios personalizados basados ​​en las páginas que visitaron antes y analizar la efectividad de la campaña publicitaria.

No hay cookies para mostrar.

¡Ay, la vieyera!

Inicio Grado ¡Ay, la vieyera!

Juan Carlos Avilés

[Total, pa ná]

No sé a vosotros, pero a mí me pasa. Cuando te encuentras con alguien que llevas tiempo sin ver, no puedes evitarlo. «¡Joder, cómo ha envejecido!», piensas, porque si se lo dices a la cara serás un maleducado a un cabroncete, y no es el caso. Es lo de la paja en el ojo ajeno, porque uno no es consciente de su propio deterioro hasta que no lo ve reflejado en los demás, y a veces ni eso. Tendemos a ser benévolos con nosotros mismos, por defensa propia y salud mental. La autoimagen que nos acompaña habitualmente es la que decidimos congelar un buen día, cuando aún estábamos de buen ver y mejor estar. Y es la que fijamos en nuestro cerebro y nuestra memoria cotidiana para ir tirando y no cogernos asco a nosotros mismos, que es lo último. El problema surge cuando, al levantarnos por la mañana, te enfrentas a tu enemigo más flagrante: el espejo. «¿Que ese soy yo?», nos preguntamos angustiados. «No, ho, esas arrugas profundas e insultantes seguro que son marcas de la almohada. Además, no me he puesto aún la dentadura, y también influye», suspiramos confortados. El drama, como una bofetada de la cruda realidad, viene cuando, pasados diez minutos y con la piñata encajada, los surcos siguen en la piel y además recuerdas que duermes sin almohada, por lo del riego. ¡Pues menuda putada!

Empieza un año más, con todas sus consecuencias, entre ellas que nos queda uno menos para palmarla, y eso sí que jode. Y mientras tanto, a las prótesis, la disfunción urinaria (entre otras), los aguijonazos de la artrosis y los lapsus mentales se irán uniendo nuevas miserias, que no ya simples goteras, para corroborar, definitiva y rotundamente, que estamos hechos una mierda.

Así que, queridos coetáneos y coetáneas, nos quedan dos salidas: una, evitar todo aquello que nos pueda poner en evidencia, como coger una fesoria y al instante ver que no puedes con el alma, por lo que recomiendo arrinconar la fesoria y salvar el alma, que ojos que no ven corazón que no siente. Y dos, asumir de una puñetera vez que esto es lo que hay y aprender a adaptarse a ello con la mejor de nuestras sonrisas. Igual eso es lo suyo.

Deja un comentario

La dirección de email no será publicada.