Publicado el: 15 Feb 2024

Soltar a Barrabás

Plácido Rodríguez

Esto de los indultos y amnistías empieza a resultar un tanto cansino. Por un lado parece que sea un invento reciente creado ex profeso por el actual presidente del gobierno al objeto de perpetuarse en el cargo por un periodo de inestable definición; por otro asemeja ser el hallazgo milagroso que restaure la paz y la armonía en Cataluña por los siglos de los siglos. Sin embargo, el perdón institucional viene de muy lejos y es inherente a todo tipo de sistemas políticos, constatando el poder de quienes tienen la capacidad de ejercerlo. Ya en el Código de Hammurabi de la antigua Mesopotamia aparecen una serie de edictos que hacen referencia a los perdones desarrollados hace casi 4000 años.

Unos dos mil años después me viene a la memoria aquella vieja leyenda bíblica en la que un tal Poncio Pilatos intentó, infructuosamente, indultar a aquel ancestro melenudo-comunista que convertía el agua en vino y multiplicaba panes y peces por arte de magia. Parece ser que el prefecto de la provincia romana de Judea cometió el error táctico de preguntar al pueblo a quién había que indultar: a Jesús de Nazaret o a un conocido delincuente llamado Barrabás. Y el pueblo, como en tantas otras ocasiones en la historia del mundo, fue manipulado; en este caso por los sumos sacerdotes, que en verdad eran los que se sentían agraviados por el que terminó colgado en una cruz.

En España, en 1977, después de una dictadura sanguinaria para nada comparable al “procés”, se aprobó una amnistía para todos los crímenes producidos en los años del franquismo, perdonando a torturadores y autoridades policiales, a la vez que finalizaban sus penas los presos políticos. El indulto y la amnistía son por naturaleza injustos, pues plantean dejar sin efecto las sentencias condenatorias que, tras ser emitidas por la justicia de turno, por pura lógica han de suponerse justas. Y justamente, ahondando en este cacofónico proceder que desajusta el lenguaje de tanto repetirse, me viene otro caso más reciente a la memoria, el de Jordi Puyol, que, tras décadas de latrocinio y corrupción, cuestión que también podría entenderse como caco-fónica, campa a sus anchas con la amenaza de tirar de la manta, de manera que sigue y sigue, permitiéndose incluso dar clases de moralidad, sin ser juzgado; y eso sí que, sin falta de indulto ni amnistía, es burlarse, no sólo de la justicia, sino de todo el mundo.

Y es que parece que va implícito en los genes de la vieja convergencia catalana, además del pillaje y la supremacía, pasarse por el forro las leyes que emanan del Parlamento español. Por eso no queda más remedio que estar a la expectativa, con suficientes dudas razonables, de lo que aquellos que comanda el pulcro exbeatle Puigdemont, estimen conveniente, es decir, a favor de sus intereses.

Azaña decía que el problema catalán había que solucionarlo; Ortega y Gasset que sobrellevarlo. Ambos mantuvieron, respecto a esas dos posiciones, un intenso, argumentado, educado e interesante debate en el parlamento de la 2ª República, casi lo mismo que sucede ahora.

Pienso que ese debate sigue teniendo vigencia en la actualidad, y yo me inclino por la postura de Ortega, porque creo que el problema no queda otra que sobrellevarlo. Por eso me hago un par de preguntas al respecto. ¿Servirán los indultos y la amnistía para conseguir ese objetivo? ¿Qué pasaría si Pedro Sánchez preguntase al pueblo: ¿A quién soltamos, a Puigdemont o a Barrabás?

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