Publicado el: 08 Abr 2024

Turistas

Juan Carlos Avilés

[Total, pa ná]

El turismo es un gran invento. Tanto es así, que en los años sesenta el casposo cine español de la época mostraba cómo las visitantes extranjeras, con sus pecaminosos bikinis y su curiosidad antropológica, fueron abriendo boquetes en el oscurantismo de la dictadura para mostrarnos que otro mundo era posible. Mientras los paisanos babeábamos ante tanta epidermis al aire los más avispados, pese a los guardianes de la sacrosanta moral, intuyeron que aquello era un filón que, junto con el flamenco de tablao, los toreros de leyenda y el sol de justicia, no se podía dejar escapar. Y así nació el turismo que, con el correr de los años, se convirtió en nuestra primera fuente de ingresos y en el motor de la economía nacional. Estábamos salvados.

Pero el tiempo pasa, y el turismo benefactor se ha ido convirtiendo, como cualquier exceso incontrolado, en una bendición para unos —principalmente los sectores hostelero y de servicios—, y en un soberano latazo para otros, los que ven amenazada su vida cotidiana con tanto ir y venir de transeúntes ocasionales, algunos con más prepotencia y desconocimiento que sana y edificante curiosidad. Asturias, aun con el recurrente reclamo de ‘paraíso natural’, ha ido salvando. Hasta que los rigores de la pandemia y el inexorable cambio climático han puesto de manifiesto que aquí se está más relajado, más fresquito y encima se come de vicio. Y como las nuevas tecnologías no conocen distancias ni fronteras, tenemos al mundo encima y a ver qué hacemos con él.

Que el turismo sea la cabecera de nuestro PIB no es desde luego desdeñable, pero sin que se nos vaya de las manos e impida que sea socialmente sostenible. Como cualquier fenómeno expansivo requiere de una regulación equilibrada para que el medio no se altere ni la identidad se desdibuje. Hay para todos, aunque no a costa de todo. Bienvenidos, pues, al paraíso, pero sin olvidar que ni las pitas ponen huevos de oro ni la leche sale del Alimerka.

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