Luis G. Donate
Bienvenidos seáis, queridos contertulios. Tomad asiento, la ocasión que nos reúne este mes es solemne. Uno de esos asuntos que sólo pueden ser tratados desde una silla y con calma, hablando con prudencia. Dicho esto, si os place, vamos a ello.
Tenemos por delante un artículo un tanto críptico, ya os aviso. Sin embargo, la discreción así lo aconseja. Hablaremos de patatas, de vino y de fuego. Entidades sencillas y cotidianas que en este caso no son sino símbolos. Las patatas, el más humilde de los tubérculos, en su día fueron desechadas como alimento para el ganado. Ahora, en cambio, acompañan cualquier plato como bien dijo alguien en una ocasión que jamás olvidaré. El vino, licor de Baco, don de la tierra y patrón de las fiestas, alegre combustible del gozo verbenero. Aún siendo todo eso, no sería nada, un simple recuerdo en en las gargantas secas y rasposas, sin nadie que lo acercase al lugar de la celebración. Y el fuego, primer compañero de hombre, puede ser tanto un bien como un peligro y en caso de esto último, siempre buscamos a alguien que ayude a combatirlo. Entre las filas de esos pocos elegidos, siempre se nota la falta de uno de los mejores. Estos son los palos de la baraja misteriosa que despliego ante vosotros como un tahúr en un callejón, guardándome siempre parte del significado.
Hasta aquí el artículo de este mes. No quiero irme sin daros una pequeña explicación. Estas palabras enrevesadas que sólo unos pocos comprenderán, no son sino un homenaje a dos personas que recientemente dejaron este mundo. Formaron parte de mi vida al igual que de la de muchos de mis lectores por ello he decidido ocultar mis elogios entre capas y capas de ideas, como si de una ilusión óptica se tratase. Espero que sepáis ser indulgentes conmigo y que, como siempre, hayáis disfrutado de la lectura.
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