Águeda, al encuentro con la felicidad

Dr. José Antonio Flórez Lozano

‘Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría.’ R. Tagore, poeta bengalí 1861 – 1941

Águeda, es una mujer que vive sola. Tiene seis hijos y a sus 88 años mantiene su capacidad de autonomía, independencia y satisfacción. Ha tenido y tiene motivos para la desesperación y para la autodestrucción. Pero su vitalismo y ganas de vivir anulan cualquier sentimiento destructivo. Su preocupación es su ilusión por vivir y ser feliz; disfrutar de su entorno, de sus amigas, de su lectura y, especialmente, de la música. Y, ciertamente, la felicidad lo mejora todo, los indicadores fisiológicos, los parámetros emocionales, la sexualidad, el rendimiento intelectual, la creatividad, la capacidad de comunicación, la resistencia frente a las enfermedades e, incluso, la esperanza de vida. Lo dice Águeda con mucha sencillez, la felicidad se relaciona con poder amar y trabajar. El ser humano busca la felicidad, todos la deseamos, se vende de todo por conseguirla y se adquiere de todo para conservarla; pero se trata de un escurridizo anhelo que, en vez de ser permanente, una vez que la alcanzamos (¿) se esfuma velozmente. La felicidad o infelicidad tiñen todos los actos humanos. Existen muchos ladrones de la felicidad. Estábamos en la sociedad de la felicidad (¿), al menos eso es lo que se nos ofrece: playas, viajes, rebajas, coches, concursos, “glamur”, fiestas, alcohol…Pero el tsunami de la enfermedad y los virus ha llevado por delante muchos gigantes de “barro” de lo que era una felicidad epidérmica. El coronavirus, nos ha devuelto a la casilla de salida y nos ha enseñado un principio muy simple, es decir que, a pesar del inmenso desarrollo biotecnológico, seguimos siendo simplemente seres humanos, altamente vulnerables y débiles que podemos desaparecer ante el viento huracanado de cualquier enfermedad. Muchas personas consideran que una mayor cantidad de dinero aliviaría sus dificultades financieras y les permitiría comprar más felicidad.

La contemplación de Águeda

Numerosos ciudadanos creen firmemente que el dinero aumenta la felicidad; si esto fuera así, en la sociedad del bienestar, estaríamos rebosantes de felicidad y, sin embargo, nos encontramos con altas tasas de depresión y suicidio. Tenemos demasiada comodidad y toda abundancia resulta estéril. Como escribió un sabio, la felicidad reside en las emociones. Oscar Wilde, por ejemplo, consideró que se debería estar siempre enamorado, quizá ahí resida la felicidad. Por ejemplo, Misha Maiski, violonchelista letón, premio Chaikovski, asegura que su felicidad consiste en poder aprender y actuar con músicos a los que admira y compartir en libertad la emoción de la música con el público. Para Águeda, sencillamente la felicidad reside en la contemplación de una cascada de agua cristalina repleta de sensaciones muy agradables, como el vuelo de una maravillosa mariposa de color azul metálico, cuya existencia, es realmente efímera, tal vez, como la propia felicidad. Ciertamente, la felicidad está sobrevalorada y la realidad es que no la alcanzas nunca; lo realmente importante es la serenidad. Y Águeda lo consigue de forma muy simple; contempla a sus gorriones que se arremolinan en su entorno esperando esas migas de pan y ella sonríe disfrutando de esa graciosidad que le contagian plenamente. Me dice, incluso, se posan en la mano; asegura, me traen suerte, dicha y felicidad. Pero, en los últimos años de la vida, la felicidad también se puede debilitar ostensiblemente: el cuerpo se deteriora, la energía se debilita, los amigos o familiares mueren o se alejan, se pierden trabajos, la capacidad sensorial y la movilidad se ven seriamente disminuidas, la función osteoarticular se afectado en cuanto a su agilidad y expresión de movimientos y, finalmente, los sistemas cognitivo, afectivo y conductual, sufren también una merma significativa. Una persona que se va convirtiendo en extraña y quedándose sola, en un mundo que no entiende, se vuelve infeliz; además la irreversibilidad del tiempo precipita la angustia, como consecuencia de la experiencia de la finitud de la vida y, por lo tanto, de la experiencia inminente de la muerte. La soledad, también constituye una seria amenaza en esta etapa final de la vida; en ese agujero de la soledad, la incomunicación se vuelve insoportable.

La gran medicina

Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, tejedor de universos literarios, en el crepúsculo de su vida enfermó de un cáncer de hígado y se despidió entonando tangos e, incluso, musitó el padrenuestro, por si acaso, en cuantos idiomas conocía; eligió un adiós denotativo de satisfacción y felicidad. La felicidad es la gran medicina, el gran deseo y anhelo del ser humano; se relaciona especialmente con la potenciación de la salud y con el refuerzo de todos los indicadores fisiológicos y psicológicos. En fin, aquí sentada en su antojana meditando, Águeda encuentra gratos momentos de bienestar y felicidad; un mundo de sensaciones que le reportan tranquilidad, serenidad y paz. Esencialmente, es estar en la realidad presente de uno mismo, lo cual equivale a “existir”. Ser feliz es, en definitiva, el fin último al que aspira el ser humano. Para otros, como Águeda, el objetivo de todo ser humano es llegar a morirse con una sonrisa de agradecimiento. Águeda asegura que participar integralmente de la pareja, de la familia, de la comunicación, de las pequeñas ilusiones y éxitos, nos puede llevar por el camino de la resistencia (resiliencia) y de la felicidad. Pero, el hombre de la cultura occidental tiene ante sí la factura de sus propias conquistas científicas: enfermedades cardiovasculares, alergias, virus desconocidos, estrés, depresión y ansiedad. Todo un conjunto de enfermedades propias de ésta “cultura de la prisa” (¿tal vez cultura de la felicidad?). Esta “fiebre de la felicidad” del ser humano contemporáneo, que busca metas de satisfacción y autoestima a través de un desmedido afán de poder, mercantilismo y consumismo, implica graves riesgos para la salud. Muchos interrogantes que explican la aparición de numerosas enfermedades (bulimia, anorexia, hipertensión, depresión, ansiedad, accidentes cardiovasculares, ictus cerebral, infarto de miocardio, enfermedades alérgicas, etc.) propias de esta sociedad de la opulencia y el consumo (¿sociedad feliz?). Quizás por ello, por esa búsqueda desesperada de la felicidad, están apareciendo en la sociedad moderna esos cuadros clínicos novedosos. Esta huida hacia la felicidad (¿infelicidad?), corresponde más bien a personas obsesivas, egocéntricas, insuficientes, inmaduras, inseguras, con problemas de ansiedad e impulsividad, de identidad y con baja autoestima. A pesar de que cada vez conseguimos más, se percibe una permanente demanda de consuelo, una paradójica necesidad de apoyarse los unos en los otros. Recordemos en este punto, lo que manifestó el médico y Premio Nobel de la Paz (1952) Albert Schweitzer, “soy un ser vivo y deseo vivir, en medio de seres vivos que quieren vivir”. Y eso es lo que desea nuestra amiga, rodearse de personas que sencillamente amen la vida. Reflexiona Águeda, de repente, hemos descubierto que lo que consideramos trivial (tomar un café, una conversación distendida, un paseo acompañado, contemplar el vuelo de las golondrinas, reunirnos juntos, etc.), es en realidad lo más sustancioso de la felicidad. Águeda es maestra en encontrar momentos, instantes llenos de felicidad; se detiene ante la foto de su marido y sonríe, contempla el bosque que rodea su casa y se siente parte de él, escucha el susurro de las aguas de un arroyo que delimita su antojana, escucha música y se pone a hacer un café. Una vieja cafetera expide un oloroso café. Me sirve un café solo, negro y olor estimulante, en una vieja taza que ha traído su abuelo de Cuba y seguimos hablando sin contemplar el reloj, arañando minutos al tiempo, disfrutando de un buen momento, tal vez de lo que es la felicidad. Decía Jean Paul Sartre, que “la felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”. Y Águeda, lo consigue de forma magistral. Águeda ha luchado eficazmente contra la soledad y ha conseguido encontrarse de cara con la felicidad. Dice que la clave para sacudirse la soledad es vivir con ilusión y argumentos, mirando hacia adelante; pasar las páginas azarosas, duras y frustrantes y tener una paz interior hilvanada en un fuero interno de coherencia y de invención. Águeda entiende que hay que valorar mucho más el tiempo y cada atardecer, el amanecer o la inspiración de aire llenando tus pulmones; cultivar la gratitud, retener el sentido de propósito de vida y enfatizar lo positivo de cada situación o circunstancia y derrochar optimismo a raudales. Entonces, todo se convierte en un gran regalo. ¡Disfrutemos de ese regalo maravilloso!

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