Aún quedan en pie las piedras que en su día albergaron el salón Miraflores de Sograndio, un bar tienda y pista de baile que fue destruido durante la Guerra Civil
Hablar del esplendor de tiempos pasados en Sograndio hace obligado, por encima de todo, hablar del Salón de Miraflores. Lo que hoy es tan sólo un montón de ruinas, ruinas en las cuales yo he entrado para fotografiar y analizar hasta el último trozo de ladrillo o de escombro, así como algún alero o trozo de puerta original que aún resiste, antaño fue algo bellísimo y majestuoso. Hoy la maleza lo cubre todo pero si acudimos a la memoria de los jóvenes de antaño nos cuentan cómo contemplaron entre admiración e incredulidad semejante obra.
El edificio tenía una doble función de bar/tienda y de pista de baile. La estructura interna del techo era de hierro, algunas de esas vigas de hierro aún sobreviven podridas por el óxido, reforzado con dos pilares de hormigón , dando una sensación de solidez y vigor impropias de aquel tiempo. Una bodega, un pozo artesiano, rejas en las ventanas y otros complementos impregnaban con aire señorial todo el edificio.
Pianola
Lo más atractivo para la clientela debía ser la iluminación colorista que surcaba su fachada principal. Ello, unido a la insinuante música de la pianola, procedente del salón, invitaba a los caminantes a lanzarse hacia la pista de baile, pues hay que tener en cuenta que estaba y está situado al mismo borde de la carretera nacional que baja de Oviedo a Trubia. Su dueño, José Medina (Manolo), fue uno de los pocos emigrantes que volvió al terruño con fortuna, invirtiendo parte de esta en algo que combinase lo rentable con lo representativo de su poder económico. Como dato curioso, y aún recordado por algunos vecinos, el valor del café con copa y farias ascendía a 90 céntimos, y el de unas alpargatas 13 perrines.
La construcción también conocida como «el palacete», «la mansión», o la «Pista Miraflores» era también esa especie de comercio en el que se vendía de todo, desde una aguja a unas madreñas. Era el verdadero centro social del medio rural, casa de cultura y en muchas ocasiones sirvió hasta de ambulatorio.
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Algunos comentan que es como si aún se oyese a lo lejos la música de la pianola de la que manaban melodías sencillas pero con mágico encanto, recogido del medio cuasisilvestre, impregnado por ese frescor de los alrededores de Sograndio, pues la casa tenía por detrás unos grandes y verdes prados desde los que se veían preciosas huertas, quintanas, hórreos y árboles de todo tipo, contemplándose abajo, al fondo, el pueblo de San Claudio.
En la Revolución del 34 fue tiroteado el edificio. Los vecinos cuentan que bien por la envidia o como resultado de alguna escaramuza, aunque la destrucción casi total del inmueble tuvo lugar durante la Guerra Civil, sin poderse determinar las causas o el momento exacto en que se produjo. Parece que hubo posteriores intentos de reconstrucción, algunos relativamente cercanos en el tiempo, pero fueron impedidos por motivos legislativos o administrativos, seguramente relacionados con la proximidad a la carretera que antes mencioné. Incluso se intentó realizar dentro de sus muros y fincas colindantes el Museo Etnográfico de la Villa, pero también fracasó la iniciativa. Ojalá estas líneas sirvan para levantar en el recuerdo los portentosos muros que acogieron risas y bailes, y que la sinrazón y el horror de la guerra destruyeron un mal día para desgracia de todos los vecinos de Sograndio y de todos los visitantes.
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