Dolores Riesgo, su marido Álvaro y sus dos hijos son los únicos habitantes de la aldea de Somiedo, desde que hace diez años dejaron la ciudad, «vivimos como lo hacían nuestros mayores»

Manuel Galán / Somiedo
Hace 10 años que María Dolores Fernández Riesgo, junto a su marido y dos hijos, decidieron dejar la ciudad, Oviedo, para mudarse al pueblo, Perllunes, una de las aldeas más bonitas de Somiedo. Recóndita, accesible por una carretera imposible, es ejemplo del patrimonio material de Somiedo. Aún preserva las antiguas otxeras y uno de los pocos molinos de agua en buen estado del concejo. Es, también, conocida por ser una de las más aisladas y despobladas. De hecho, Dolores, Álvaro, Miriam y Álvaro son sus únicos vecinos. Los últimos de Perllunes.
La familia lleva, como dice Dolores, «10 años de fijo aunque veníamos a menudo desde Oviedo los fines de semana desde mucho antes». Dolores trabajaba como administrativa en una empresa. Su marido, en la construcción. Cuando sus hijos terminaron los estudios, hace 10 años, decidieron hacer las maletas y mudarse a Perllunes, de donde es oriundo Álvaro. «La vida aquí es mucho más tranquila», me comenta Dolores. «Vivimos, en muchos aspectos, como lo hacían nuestros mayores. Aquí no viene ni el panadero, ni llega ningún distribuidor de comida ambulante. La compra la hacemos semanalmente en el mercado semanal de Villablino los viernes o en el de Grao los domingos. A Pola de Somiedo bajamos poco, muy poco. Tenemos mucha tarea que hacer aquí», apostilla.
Dolores es vaqueira, natural del Puerto de Somiedo. Vivió la trashumancia desde pequeña: «En mayo subíamos al Puerto de Somiedo, hasta noviembre, que bajábamos a Buspol, en el concejo de Salas». Sabe, de primera mano, la dureza de la vida en los pueblos de alta montaña. «La vida aquí no es fácil, sobre todo en invierno. Hace unos años nos quedamos tres días aislados porque la quitanieves no pudo pasar», comenta Riesgo. Cuando llegaron, hace diez años, emprendieron una aventura ganadera. «Fue complicado porque no somos del sector. No teníamos nada con lo que comenzar. Iniciamos con una ganadería de cabras, unas 75, y más adelante decidimos dejar las cabras y empezar con vacas porque no nos daba para todo» relata Dolores. Al principio, bajaban en invierno con las cabras a Salas. Probaron a quedarse el invierno siguiente y ya se instalaron de “a hecho” en Perllunes. Para Dolores, «aquí la vida transcurre mucho más tranquila que en Oviedo. Me la paso cuidando del ganado, limpiando las fincas y trabajando en la huerta». Mientras me enseña una foto con dos carámbanos que la superan en altura, Dolores relata que cuando el tiempo se pone muy feo en invierno, su marido, Álvaro, se queda en Oviedo para poder llegar a su trabajo en Belmonte. También su hija, Miriam, se tiene que mudar a la capital asturiana cuando el invierno se instala y dificulta las comunicaciones.
Perllunes, uno de los parajes más impresionantes del concejo, es hábitat natural del oso y el lobo. Dolores me cuenta que, hace unos meses, el lobo hirió a unas terneras a las que tuvieron que curar y estabular en plena campaña de verano, mientras estaban a la hierba y lo milagroso que fue conseguir que sus madres las amamantaran de nuevo.
Cuando nos despedíamos, Dolores me dice, con orgullo, que es la alcaldesa de Perllunes, la primera en la historia. Además, recuerda que hace un año se instaló una nueva pareja vecina en la aldea. Quien sabe, quizás los últimos de Perllunes sean, en realidad, los primeros.
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