Publicado el: 16 Ene 2024

¡Ay, la vieyera!

Juan Carlos Avilés

[Total, pa ná]

No sé a vosotros, pero a mí me pasa. Cuando te encuentras con alguien que llevas tiempo sin ver, no puedes evitarlo. «¡Joder, cómo ha envejecido!», piensas, porque si se lo dices a la cara serás un maleducado a un cabroncete, y no es el caso. Es lo de la paja en el ojo ajeno, porque uno no es consciente de su propio deterioro hasta que no lo ve reflejado en los demás, y a veces ni eso. Tendemos a ser benévolos con nosotros mismos, por defensa propia y salud mental. La autoimagen que nos acompaña habitualmente es la que decidimos congelar un buen día, cuando aún estábamos de buen ver y mejor estar. Y es la que fijamos en nuestro cerebro y nuestra memoria cotidiana para ir tirando y no cogernos asco a nosotros mismos, que es lo último. El problema surge cuando, al levantarnos por la mañana, te enfrentas a tu enemigo más flagrante: el espejo. «¿Que ese soy yo?», nos preguntamos angustiados. «No, ho, esas arrugas profundas e insultantes seguro que son marcas de la almohada. Además, no me he puesto aún la dentadura, y también influye», suspiramos confortados. El drama, como una bofetada de la cruda realidad, viene cuando, pasados diez minutos y con la piñata encajada, los surcos siguen en la piel y además recuerdas que duermes sin almohada, por lo del riego. ¡Pues menuda putada!

Empieza un año más, con todas sus consecuencias, entre ellas que nos queda uno menos para palmarla, y eso sí que jode. Y mientras tanto, a las prótesis, la disfunción urinaria (entre otras), los aguijonazos de la artrosis y los lapsus mentales se irán uniendo nuevas miserias, que no ya simples goteras, para corroborar, definitiva y rotundamente, que estamos hechos una mierda.

Así que, queridos coetáneos y coetáneas, nos quedan dos salidas: una, evitar todo aquello que nos pueda poner en evidencia, como coger una fesoria y al instante ver que no puedes con el alma, por lo que recomiendo arrinconar la fesoria y salvar el alma, que ojos que no ven corazón que no siente. Y dos, asumir de una puñetera vez que esto es lo que hay y aprender a adaptarse a ello con la mejor de nuestras sonrisas. Igual eso es lo suyo.

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