Vivir del campo no es fácil; requiere conocimientos ancestrales que en el siglo XXI se han perdido por la falta de relevo generacional
Javier F. GRANDA
En la situación de crisis actual, con el cierre de negocios y pérdida de activos que está provocando la pandemia del COVID-19, resulta necesario preguntarse qué está ocurriendo en el campo y cómo está superando el campesino esta situación. Es algo que nos podríamos haber preguntado antes, pero la crisis del sector terciario o de servicios y las dificultades por las que atraviesa una gran parte de la población, agravada más aún en las ciudades, nos hace ver la importancia del sector primario cuando se trata de mantener el abastecimiento hacia aquellas. Esto nos hace también reconocer, para quien no lo haya hecho antes, la importancia del campesinado en la cadena de producción de los alimentos necesarios para la vida, pero, sobre todo, en la resiliencia y capacidad para afrontar la penosidad de los tiempos. ¿Y por qué esto último es así? Porque, en esencia, el campesino puede servirse de sus propios recursos, ser autosuficiente. Puede hacerlo porque dispone de los medios y del conocimiento necesario para afrontar la supervivencia con garantías de éxito. Produce y cultiva gran parte de los alimentos que necesita, se abastece de fuentes de energía para procurarse el fuego y el hogar en el invierno. Maneja la naturaleza en su favor, cosechando alimentos y criando aquellos animales que, tras el sacrificio, serán reservas en su despensa para el año. Es previsor, porque sabe que tanto los alimentos, como las cosechas, requieren de tiempo y cuidado. Pero también me hago la pregunta de si el campesino actual conserva el gran caudal de conocimiento del medio que ha heredado de sus antepasados, que a su vez conectan con una larga tradición cultural que nos llevaría, retrocediendo en el tiempo, hasta el Neolítico con las primeras formas de manejo de rebaños, pastoreo, cultivos, etc., con todas las fases históricas que median hasta nuestros días. Pero, ¿qué conocemos del campesino? Es algo en lo que insisto y me gustaría saber responder. El campo es una opción muy atractiva para las nuevas ruralidades, pero para estos no existe, pese a todo, el tracto generacional que permite disponer de un conocimiento ancestral, transmitido de padres a hijos, y la impronta que deja crecer inmerso en el medio rural desde la infancia. El hombre y la mujer campesina en la Asturias tradicional, no solo eran propietarios del conocimiento sobre el lugar que habitaban, sino que poseían una sensibilidad especial que les hacía predecir los cambios de la atmósfera y sus consecuencias, o anticiparse a lo que pudiera ocurrir si se desatendía tal o cual cosa en el sistema de aprovechamiento que habían ordenado en torno a la casa. La casa como centralidad desde la que manejar todos los recursos, los más cercanos como el huerto, la tierra de labor, el prado de siega, lospastos y el monte, ya en el lugar más distante a ella. Entre medias se desarrollaban muchas tareas que organizaban los días y también agotaban los cuerpos. ¿Qué sabe el campesino de sí mismo? ¿Qué quiere saber? ¿Hacia dónde mira en nuestros días? La Revolución Industrial provocó un cambio imparable en la transformación de las actividades, el trabajo y el tiempo, llegando también al campo. Estas transformaciones llegan al campo en forma de nuevos útiles y herramientas que cambian la forma de trabajar, lo modernizan y poco a poco, van modificando la mentalidad de las personas, su forma de pensar. Pero, pese a esto, ¿qué le une al campesino con aquellos hombres y mujeres que le precedieron en el tiempo? A mí personalmente me interesa escucharles y saber lo que piensan y ver si ha llegado íntegro el legado de los abuelos, si se lleva a la práctica, o se ha perdido. Toda esa sabiduría acumulada por siglos de experiencia, esa enormidad de saberes que le permitía conocer muy bien lo que ocurría en el medio que habitaba, llega a nuestros días, pero ¿existe el peligro de perderlos? Me dice Fernando Marrón, Coordinador Regional de USAGA y patrono de la Fundación Agricultores Solidarios en Asturias, que observa una gran pérdida en la transmisión de los conocimientos, del saber del mundo rural, debido al envejecimiento y falta de relevo generacional. También me comenta que hoy los cambios son muy rápidos y hay que adaptarse a las nuevas tecnologías que facilitan y facilitarán mucho las cosas, igual que ocurrió con la mecanización del campo a mediados del siglo XX. Falta de conocimientos Pero ni por aproximación tenemos nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, que vemos el campo como el jardín verde y bucólico que nos maravilla cuando salimos a las carreteras asturianas, la mitad de los conocimientos necesarios para sobrevivir con nuestros propios recursos, ni sabríamos organizar las tareas que nos permitiesen la supervivencia en el medio rural. Y sí, definitivamente el trabajo del campesino es duro, sin horarios, permanentemente en el esfuerzo. Nadie lo duda, aunque actualmente las explotaciones agropecuarias se organicen mejor y la mecanización facilite las tareas. También es verdad que en nada se parecen las explotaciones actuales a las de la Asturias tradicional. Espero que muy pronto, cuando la pandemia nos lo permita, tengamos algunas respuestas para crear con la Unión de Sectoriales Agrarias de Asturias (USAGA) y la Fundación Agricultores Solidarios, el foro adecuado donde tratar estos asuntos de la Asturias campesina que nos pueden proporcionar muchos y buenos conocimientos y un acercamiento mayor a la aldea y a sus moradores.
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