Mi año sabático

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Por Juan Carlos AVILÉS

Venía yo escuchando en la radio del coche lo del niño suicida, víctima de acoso escolar, cuando de repente me acordé de Iparraguirre. Pues sí señores, lo del acoso no es nuevo. Lo que ocurre es que antes a estas cosas no se le ponían nombre. Simplemente uno o varios fulanos cruzaban contigo y te hacían la vida imposible, pero formaba parte de la otra cara del aprendizaje.

juan-carlos-avilc3a9sEl caso es que la mía (la cara, off course) me la partió el tal Iparraguirre, una especie de armario de tres cuerpos con trazas de alevín de aizcolari, el primer día de clase de segundo de bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid. “Oye, que yo no te he hecho nada”, le dije. Y ante semejante provocación me atizó un segundo sopapo en la otra mejilla sin ponerla ni nada (como exigiría la preceptiva judeocristiana), sino así, sin más, por las buenas. Entiendo que, con once añitos, mis mofletes tersos y sonrosados resultaban apetecibles, y más para un aguerrido guipuzcoano acostumbrado a dar manotazos a la pelota. “Avilés, ¿cómo lo ves?”, me planteé tras el singular y embarazoso debut académico. Y al momento puse pies en polvorosa calle San Bernardo abajo. Los siguientes días, y semanas, y meses, los pasé pescando en el estanque del Retiro, paseando por el Madrid antiguo con un block y un carboncillo (me encantaba dibujar), o yendo a las matinales de los cines de sesión continua cuando mi triste economía lo permitía. Hasta que mis padres me pillaron y caí con todo el equipo. Me sacaron del dichoso instituto –¡como si alguna vez hubiera estado dentro!— y me acoplaron en un colegio de pago algo más selecto y tranquilín donde, obviamente, repetí segundo. Ya de mayor supe que por el Cardenal Cisneros habían pasado, en calidad de alumnos o profesores, gentes tan ilustres como Salmerón, Azaña, Madariaga, Giner de los Ríos, los Machado, Menéndez Pidal, Arniches, López-Aranguren… Pero ninguno de ellos coincidió con Iparraguirre. Yo, sí.

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