Por Juan Carlos AVILÉS
Esta columnita se la voy a colar a Fernando, el ‘dire’ de este espléndido periódico, porque él no podría escribirla dado que son vecinos de oficina y algún listillo le acusaría de connivencia. Pero yo, sí. Me refiero a los chicos y chicas de La Ponte-Ecomuseu, una asociación de jóvenes, arqueólogos e historiadores en su mayoría, entusiastas de su trabajo y sobre todo de la tierra en la que viven y que les vio nacer. Su labor consiste precisamente en eso, en devolver a la tierra, a ser posible mejorado y enriquecido, lo que la tierra les ha dado, que es todo. Y si “ser agradecidos es de bien nacidos”, ellos, desde luego, se llevan la palma.
Chus, Cristina, los Pablos, Carmen y un puñado de colaboradores se dejan la piel en los huecos de sus respectivos trabajos, cuando lo hay, para dar a conocer el patrimonio cultural, social y paisajístico del Valle del Trubia, muy especialmente en el entorno de Santo Adriano. Lo mismo organizan visitas estupendamente guiadas a iglesias o abrigos prehistóricos –para eso son expertos en la materia— que conciertos de música tradicional, exposiciones, charlas, conferencias, talleres didácticos para niños y grandes, y hasta comidas medievales. En resumidas cuentas, y como explican muy bien en su página web (www.laponte.org), “trabajamos con el patrimonio cultural para difundirlo y colaborar activamente a su desarrollo sostenible”. Por eso no les duelen prendas a la hora de coger un pico o una desbrozadora y limpiar caminos y senderos para sanar las heridas que el tiempo, el abandono y la desidia dejan a ese paisaje y paisanaje que adoran.
No tienen ayudas ni subvenciones, que a veces generan más ataduras que sustento, y mantienen tan encomiable proyecto solo con las aportaciones de los socios y lo poco que sacan de algunas actividades. Aman la tierra que tantos otros maltratamos y la tierra les ama a ellos. Por eso son absolutamente imprescindibles. Y geniales.
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