Por Plácido RODRÍGUEZ
Si no fuese porque en 1886 un grupo de sindicalistas de Chicago fueron ejecutados por promover la jornada laboral de ocho horas con una huelga que comenzó el 1 de mayo, y que a partir de entonces esa fecha se convirtió en día de reivindicación de los derechos de los trabajadores, no podría resistirme a decir que el día del trabajo está mal formulado.
Si profundizamos en los principios de la Historia, al menos tal como algunos estudiosos nos la cuentan, nos daremos cuenta que la secuencia: «Trabajo → descanso» fue enunciada al revés. Hoy en día descansamos después de trabajar, sin embargo, en otro tiempo sucedió al contrario. Y fue cuando aquellos dos cachorros insolentes afincados en el Edén quebrantaron la primera ley conocida, y que para posterior perplejidad de los asturianos: prohibía comer manzanas. Y pasaron de vivir en plan pasota con la ley del mínimo esfuerzo a tener que buscarse la vida en contra de la ley de la gravedad, que como todo el mundo sabe es la que tira de las herramientas hacia abajo cuando intentamos levantarlas. Sí, el estado primitivo del ser humano era el descanso, y por la diablura de comer una manzana se convirtió en trabajo (yo no lo hubiera hecho por menos de una caja de sidra). Tal vez Adán y Eva pensaron que fue mala suerte tener que abandonar aquel Resort tropical con pulsera de todo incluido, todo menos las manzanas. Sí, tal vez pensaron: «¡Qué mala suerte!» Sin saber que a partir de ese punto de inflexión para el futuro de la humanidad el trabajo no vendría determinado por la mala o la buena suerte, sino por la suma de las dos: trabaja aquel que no tiene la suerte de vivir de las rentas y que a la vez tiene la suerte de encontrar curro.
Bien pensado, es normal que el Sumo Hacedor buscase cualquier excusa para ponerlos a mover el esqueleto fuera de asuntos lúdicos, puesto que él, siendo la máxima autoridad en el Universo, se pasó seis días seguidos dando el callo hasta que consideró que el séptimo era menester descansar. Esperemos que en ningún Consejo de Ministros reparen en estas menudencias en caso de nueva reforma laboral y nos hagan pringar también los sábados.
En ese sentido parece claro que Dios debió de tomarle el gusto al domingo y a los días posteriores, pues de momento no existen muestras de que se volviese a poner a la faena. Por lo tanto, si es cierto que nos hizo a su imagen y semejanza, lo más lógico es que nos dedicásemos a descansar, y trabajar esporádicamente para romper el tedio de la rutina, enunciando de nuevo la fórmula: Descanso → trabajo.
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